Capítulo 6. Christian.

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6 horas y medio.

No sé cómo hace ella para resistir tanto dolor, y por tanto tiempo. Sin duda es más fuerte de lo que pensé.

Mi dulce Cerecita.

La veo gruñir de nuevo, aferrada a mi mano mientras cuento la duración de la contracción. Estamos cerca. Limpio el sudor de su frente cuando se relaja, pero solo por apenas 10 segundos antes de la siguiente.

Supongo que la enfermera ha visto suficiente porque se endereza quitándose el guante.

—Así es cariño, ya casi llegas a los 10, creo que es momento de pasarte a quirófano.

Mierda.

¿10 centímetros? Eso debe ser jodidamente doloroso.

—¿Christian? —Ana me llama, sacándome de mis pensamientos extraños—. Vas a entrar conmigo, ¿Verdad?

Le sonrío para tranquilizarla.

—Que intenten detenerme, nena.

La enfermera pone los ojos en blanco, pero la ignoro para ayudar a mi esposa a enderezarse un poco, seguramente cansada de pasar tanto tiempo acostada en la cama dura.

Intento tranquilizarla lo mejor que puedo mientras la enfermera llama a la doctora, luego ambas mujeres sacan la cama para llevarla por el pasillo hacia el área esterilizada. Yo, por supuesto, tengo que ponerme también la bata y todo lo demás.

Cuando entro al quirófano con las manos en alto, la doctora está revisando de nuevo la dilatación y la frecuencia de las contracciones, toca el vientre de Ana presionándolo y haciéndola gruñir.

—En cualquier momento, cariño —la enfermera se acerca por el otro lado para hablarle—. Cuando sientas la contracción, puja.

Oh, mierda.

De verdad seré testigo de esto.

En los últimos años he visto crimenes sangrientos, asesinatos, accidentes impactantes, ¿Pero esto? Siento que mis piernas no me sostienen como de costumbre.

—¿Está bien? —la enfermera parece notarlo porque me mira con la ceja arqueada—. Si siente que no puede con esto, debería...

—No. —la interrumpo porque Ana me necesita—. Quiero estar aquí con mi esposa.

Es ahora mi Cerecita quien le da un apretón a mi mano, su sonrisa cambiando a una mueca de dolor.

—¿Qué les gustaría que fuera? —pregunta la enfermera curiosa, pero entiendo lo que hace.

Le da oportunidad a la doctora Greene de vigilar el parto. Contesto lo primero que viene a mi mente.

—Policia. —digo y Ana se ríe.

—¿Un niño o una niña, amor?

Oh, eso.

—Niño.

La enfermera arquea de nuevo su ceja acusadora. ¿Que no hay más enfermeras en esta jodida clínica?

—Hombres... Siempre quieren un varón que siga sus pasos.

—¿Es eso algo malo? —le gruño. Luego vuelvo mi atención a mi esposa—. Pero si es una niña, también lo hará porque será tan valiente como su madre.

Antes de que Ana pueda responder, el gruñido de dolor se convierte en grito.

—¡Agh, duele!

—Lo está haciendo bien, señora Grey, puedo ver la cabeza.

Nuestro (Mío #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora