Capítulo 8. Ethan.

802 125 11
                                    

Sé que habrá problemas tan pronto como llego a nuestro piso el lunes en la mañana, y Luke ya está ahí, sonriendo.

—Bienvenido, Ethan —Sawyer señala a dónde Leila está sentada, frente al gran pizarrón blanco—. Toma asiento con tu compañera.

Oh, oh.

Lo hago, hablando bajito a Lay.

—Hey, ¿Qué está pasando?

—Creo que Luke se golpeó la cabeza. —responde.

¿Eh?

—¡Shh, rubia! Puedo escuchar sus cuchicheos. —nos señala con el lápiz que lleva en la mano—. Convoqué a esta reunión porque...

—No nos convocaste —interrumpo—. Es nuestra hora de entrada.

—Lo que sea. El motivo de esta reunión es que ahora que Christian pidió unos días para estar con su esposa y bebé, soy el jefe...

—No lo eres —vuelvo a aclarar—. Es Leila.

Sawyer frunce las cejas en uno de sus típicos berrinches.

—Te equivocas, Et. Soy el segundo al mando, es lo que Christian querría.

—No es cierto —ahora es Lay la que ríe—. Me lo dijo a mi cuando pregunté si me quería de vuelta.

La boca de Luke se tuerce en una mueca de fastidio y resopla con fuerza.

—¡Bien! Es imposible hablar con ustedes dos —gruñe—. Veo que hoy están en modo "fastidien a Luke" y pueden hacer eso mientras revisan los datos de estos robos.

Le entrega a Lay una carpeta y luego me da otra, los dos recientes asaltos en la zona. Luego gruñe bajito algo de lo que normalmente dice Christian sobre beber un café decente.

¿Eso significa que nos ha asignado los casos?

Miro a Leila reírse, pero asiente y toma la carpeta para bajar las escaleras, así que la sigo llevando la mía. Tomamos las llaves de un auto patrulla y salimos del edificio.

—¿Qué está mal con él? —pregunto, todavía confundido—. A parte del hecho de que fue relegado.

Leila se ríe, tomando el asiento del conductor y encendiendo el motor como si no hubiera pasado más de un año desde la última vez que salimos juntos. Nuestra conversación también parece estar libre de tensión.

—Luke siempre está tratando de llamar la atención —dice, sacándome de mis pensamientos—. Ese chico no se cansa de escuchar su propia voz.

—Es cierto.

Yo también río, acomodándome en el asiento. Abro mi carpeta para ver que es un robo a domicilio, luego tomo la carpeta para ver el caso de Lay. Ambos casos cercanos a la zona de Bellevue.

—¿Quieres un café? Me vendría bien un capuchino y una rosquilla de chocolate, me acostumbré a ellas en Portland.

—Si, claro —balbuceo rápidamente, asombrado de que esté dispuesta a la conversación—. ¿Qué hacías exactamente en Portland?

—Oh, me convertí en una azul. —se ríe, la vista puesta al frente—. Olvidé lo divertido que era patrullar y atender llamadas de emergencia.

Ella sonríe más tiempo del necesario, y me pregunto si fue más feliz en Portland que en Seattle. Dijo que no puede olvidar nuestro tiempo juntos, pero eso no significa que crea que aún podemos arreglar las cosas.

Tengo que admitir que se siente extraño tenerla a un lado y no poder tomar su mano. O acurrucarla en mi pecho y oler el aroma de su cabello.

—¿Tú...? —balbuceo, inseguro de lo que debería preguntar—. ¿Hiciste muchos amigos?

Nuestro (Mío #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora