Capítulo 17. Ethan.

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—No puedo creerlo, ¿En qué estabas pensando? —chilla con su voz cada vez más aguda—. ¡Pude haberlo lastimado!

—Pero no lo hiciste. —contraataca Luke.

—¡Hubiera sido catastrófico!

—Pero no ocurrió. —se defiende.

Este ir y venir comienza a darme dolor de cabeza. Leila prácticamente corrió por las escaleras hasta nuestro piso para enfrentar a Luke, que tomaba su desayuno en su escritorio.

—¡Ni siquiera entiendo por qué tú, de todas las personas posibles, tuviste qué darle un consejo!

Sawyer frunce las cejas en molestia y sabiamente se queda callado, aunque también podría esperar el momento para hacer una réplica ingeniosa. Abro la boca para opinar.

—Lay, las intenciones de Luke son buenas. —defiendo a mi amigo.

—¿Si? Bueno, ¿Qué le parece al señor Sawyer si yo opino sobre su vida? —gira de nuevo hacia él—. ¿Cuándo te vas a casar con Becca? ¿Qué estás esperando?

Luke me mira todavía con el ceño fruncido, luego vuelve su atención a la rubia.

—Nos vamos a casar muy pronto, Lay. Ella quiere que Jamie tenga al menos un año para cuándo lo hagamos.

—¿En serio? —se burla—. Porque hablé con ella hace días y dijo que no estaba segura de querer seguir adelante con la boda.

¿Qué?

No hay forma de que Leila sepa eso, ¿Cierto? Las mujeres consultan este tipo de asuntos con sus parejas antes de sus amigas, ¿O no?

—¡Estás mintiendo! —es ahora la voz de Sawyer la que se torna aguda—. ¡Becca me ama!

—Te ama, pero no está segura de querer ser tu esposa. ¿Cómo te sientes ahora, Luke?

Mi amigo lanza un trozo de pan dulce dentro de su boca antes de hacer una mueca que le arruga la nariz.

—Quieres hacerme dudar de mi encanto, rubia. Y eso es imposible porque soy el Maldito Luke Sawyer, subjefe de la unidad de investigación.

Leila pone los ojos en blanco, pero por fin desiste con la discusión con Sawyer. Y gracias al cielo por eso ya que gritarse el uno al otro por 20 minutos no resolvió nada.

—Eres imposible —gruñe Lay.

—No lo soy —le contesta en ese tono cantadito que provoca más irritación.

—Si, lo eres. ¡Y eres un idiota!

—Pero aún así me quieres —canturrea de nuevo—. Vamos Lay, no estés molesta conmigo. Solo quiero ayudar al viejo Et a salir de la miseria.

Leila gira un poco para mirarme y niego, incapaz de brindar una respuesta honesta a mis sentimientos. Prefiero negar todo ahora y discutirlo con ella después.

—Pues te lo digo ahora, no ayuda.

Luke levanta su dedo índice y se señala.

—Solo quiero que todos sean tan felices como yo, y creo que Ethan podría encontrar sus bolas pronto y hacer lo que debe hacer.

Mierda, Luke.

Leila gira con una expresión furiosa e incrédula, mientras yo apunto hacia mi cuello deslizando la mano arriba y abajo para que mi amigo cierre la maldita boca ahora.

O esto será la charla sin fin.

—¿Y qué es eso que Ethan debería hacer cuando encuentre sus bolas?

Protegerlas de ser pateadas por una rubia...

—Podría azotar tu berrinchudo trasero hasta que dejes de actuar como una miedosa —se atreve a señalarla con el dedo—. Luego podrías admitir que todavía lo quieres y dejar atrás toda esta mierda.

Vaya.

No sé si golpearlo en la cabeza o palmear su espalda en agradecimiento. Un vistazo rápido a Lay me indica que ella votaría por el golpe en la cabeza.

La escucho resoplar con fuerza, luego estira la mano al bolsillo del pantalón y toma su móvil para teclear rápidamente en él.

Antes de que pueda preguntar, el teléfono de él timbra con una llamada.

—¿Si? ¿Mamita? —habla en voz baja, pero igual escuchamos—. ¿Qué? ¡No! ¡Yo no dije eso!

Nos mira por un instante, luego gira su cuerpo hacia la pared con el brazo extendido sobre el archivero y la cabeza apoyada contra la pared. Todavía escuchamos su conversación.

—Eso no fue lo que quise decir, mamita. ¡Ella lo entendió todo mal! —una pausa de silencio incómoda más—. ¿Y que es eso sobre que no estás segura de casarte conmigo?

Carajo, este asunto acaba de desviarse y crecer a proporciones mayores. Por suerte Christian no está aquí para saberlo y llamarnos idiotas.

Seguramente lo mereceríamos.

Luke gira con el teléfono aún pegado a su oreja y camina por el pasillo, dándose prisa al dirigirse hacia las escaleras. Leila se ríe.

—¿Quién perdió ahora sus bolas? —le pregunta con una gran sonrisa.

Mi amigo no puede salir lo suficientemente rápido de nuestro piso para hablar con Rebecca, dejándonos a Lay y a mi solos para seguir conversando.

—Me prometiste una cita —le recuerdo.

Lay pone los ojos en blanco.

—Lo sé.

—Bien. Entonces este sábado a las 8, trae tu vestido de gala.

Sus ojos se abren en un enorme gesto de sorpresa.

—¿Qué?

Es mi turno de hacer una mueca. ¿No lo recuerda?

—Es la gala de mis padres. —aclaro—. Bueno, ya no están juntos pero todo estaba planeado y pagado para el evento de la fundación Kavanagh. —ella aún me mira con esa expresión, así que continuo—. Mamá dijo que era mejor continuar que perder todos los pagos de los proveedores.

Aunque creo que se trata más de seguir con su vida que de las pérdidas por la cancelación de la Gala. No la vi, pero estoy seguro que mamá estuvo llorando en la cocina mientras revisaba los últimos preparativos.

—La gala... —balbucea.

—Si. El año pasado no estuve ahí porque seguía en rehabilitación.

Ella sabe a qué me refiero. Estuvo ahí después de que Christian frustrara mis planes y alertara a mis padres sobre mi lamentable situación.

—Este año... —agrego, ahora soy yo quien balbucea—. Mis padres estarán ahí, pero su divorcio es inminente. Y ellos se amaban tanto, ¿Sabes?

Leila asiente con la cabeza baja, permitiéndome recordar los momentos felices con mi familia.

—Lo sé —susurra.

—No entiendo por qué mi padre hizo eso, pero Leila... —estiro mi mano para tomar la suya y ponerla sobre mi pecho. Es un gesto cursi, pero con ella nada me avergüenza—. No soy como él y no eres como ella. No quiero perderte.

Nuestro (Mío #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora