«No hay ejército que pueda detener la fuerza de una idea cuando llega a tiempo» —Víctor Hugo.PARTE II
Desde la ventana de mi despacho, vislumbre como un pequeño y femenino cuerpo se encontraba en el exterior. Aquella joven cubierta por una capa gris, se perdía entre los voluminosos y escabrosos árboles. Su andar era apresurado al igual que decidido. Me preguntaba quién se ocultaba, sin embargo, fue cuestión de segundos para que la joven se diera vuelta, y pudiera revelar su identidad.
La institutriz de los niños Murray.
Apreté mi mano con fuerza, los nudillos se habían vuelto blancos por la acción que ejercía y maldije cientos de palabras por lo bajo, mientras me preguntaba quién había dado la orden para que la señorita Baudelaire saliera.
Debía ser la señora Norris, dije en mi mente. Y no había porqué dudarlo, conocía aquella mujer desde que era un niño revoltoso y era fiel seguidora de mis reglas, esas que gobernaban en Gardenfield sin tener objeción al respecto. No obstante, algo en mi me decía que la señora Norris no había dado su brazo torcer ante la huida de la señorita Baudelarie tan fácilmente.
Algo más traían entre manos, un acuerdo que desconocía y de seguro, pronto seria mostrado ante mi.
Dejé escapar todo el aire que había inalado y jurando que callaría por el momento. No buscaría a ninguna de las dos cómplices porque quizás, la joven institutriz buscaba recorrer los alrededores de la mansión o distraerse del encierro. No hacía mucho tiempo que pisó Gardenfield y de seguro, el peso de un alveolo de soledad mortífera la estaba alcanzando.
Gardenfield había tomado aquella forma protervia al pasar de los años. La beatitud que alguna vez entraba a las almas de los individuos que llegaban, pasó a ser un mito, un antagonista de los seguidores del bienestar.
Disperse mis pensamientos y caminé a mi lugar de oficio. Adeudaba concentrarme en asuntos de trabajo tanto como de negocios que yacía pendiente y me estaban llamando con suplica.
Una pila de varias cartas que no habían sido leídas por el momento, se alzaba en la esquina de mi escritorio y podía distinguir el sello que portaban cada una de ellas. Al frente mío, le seguía las botellas de bebidas alcohólicas y por último, un cenicero de plata. Tomé un vaso entre mis dedos, el cual contenía whisky escoses. Seguidamente, di un trago para calmar mi sed y leer documentos comerciales y deudas financieras.
Cuando tomé uno de ellos siendo descuidado, los demás se cayeron al suelo. Y no solo aburridos papeles se habían caído, sino que algo más. Un ruido diferente captó mi atención y al bajar la mirada encontré un objeto brillante, atrayendo mi atención. Mi semblante dio un rumbo inesperado y la armadura a la cual me aferré por cuatro años se estaba desplomando.
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Tentación inefable
Historical FictionUna joven institutriz. Un hombre macabro. Juegos sadomasoquistas. Y no todo es lo que parece. BORRADOR. SIN EDITAR.