«No hace falta conocer al peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran temor» —Alexandre Dumas.
«No lo miraras a los ojos»
Fue lo que me dijo la señora Norris de forma escueta cuando me informó que el señor Hoffman me solicitaba en su despacho cuanto antes. Por esa razón, cuando llamé a su puerta y me dio la orden de que podía pasar, me incliné en símbolo de reverencia hacia mi superior. Mis ojos no podían estar a su alcance, solo examinar el suelo caoba y a su vez, al tener el pelo suelto que caía por mis hombros y rostro, ayudaba en mi objetivo de no verlo. Cuando sentí como su tacto se había posado en mi mejilla, una sensación singular recorrió cada extremo de mi cuerpo. Fue una especie de calor inefable que viajaba con voracidad y vibración leve que alimentaba las ansías de elevar, y desenmascarar la identidad de mi empleador de una vez por todas.
Pero aún no era el momento, me repetía.
Su dedo índice viajo a mi barbilla y empezó a ejercer fuerza para que levantara la vista de a poco, hasta que llegue a su rostro, fallando en mi labor de no mirarlo. Me hele por completo cuando supe quién era el hombre que estaba al frente mío, ese ser masculino que me observaba como si estuviera desnuda.
Cuando supe quién era el señor Hoffman mis pupilas se agrandaron y entendía la causa de su comportamiento. Él había sido quien me vio desnuda. Quien me había dicho que estaría esperándome para llevarme a Gardenfield. Y por sobretodo, era la persona a quien había tratado de manera arisca y con recelo.
Quise seguir sosteniendo su mirada por un rato y guardar el recuerdo de sus ojos, aunque no me lo permitía. Volví a bajar la vista por más que estuviera mi barbilla alzada, en tanto en un silencio peligroso nos acompañaba.
Me preguntaba por adentros cómo era posible resistirse y no mirarlo, si aquel hombre, además de ser un enigma desde mi llegada a la mansión Hoffman, poseía una belleza masculina que jamás tuve la oportunidad de apreciar en ningún otro hombre. Parecía haber sido creado por los dioses antiguos, bañado en las aguas heladas por el tono de sus ojos y bendecido con dotes inimaginables.
Desbordaba elegancia. Trasmitía una sensación peligrosa, llamándome a lo vedado.
Cuando quise excusarme por segunda vez con él por todo lo que había sucedido y más el encuentro en el lago, me ignoró sin tener misericordia y ordenó arrodillarme. Sabía que las palabras no iban a remediar los hechos cometidos y suponía que mis días estaban contados desde hoy en adelante en Gardenfield, dudando de manera ferviente en que pasara el mes de prueba. Aunque no desistiría y le haría ver que sólo había sucedido un desliz que no volvería a cometer. Representaría el labor al cual vine a cumplir a tierra inglesa y borraría cada rastro que se ceñía en el descuido.
—Puede retirarse —ordenó seco y sin quitarle más tiempo, salí del despacho para correr hasta la cocina con el corazón acelerado y calmar la sed que estaba apretando mi garganta. Me apoyé en una de las paredes del lugar, completamente abatida por lo vivido con el señor Ayrton Hoffman.
O mejor dicho, con el duque de Somerset. No sabia cómo llamarlo en mis cavilaciones, pero suponía que el titulo del ducado que lo caracterizaba lo aborrecía.
Mis mejillas se habían prendido al recodar el acercamiento poderoso que se había atrevido a cometer conmigo, para luego escuchar a la perfección el frenético pulso. Tape con mis manos el rostro, había sido una completa tonta por mis palabras y comportamiento.
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Tentación inefable
Historical FictionUna joven institutriz. Un hombre macabro. Juegos sadomasoquistas. Y no todo es lo que parece. BORRADOR. SIN EDITAR.