Capítulo 17 | Apresar

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PARTE II

«Cuando se ve una cosa bella, se quiere poseerla. Es una inclinación natural que las leyes han previsto»  —Anatole France.

Tenía en la mira al ciervo más grande y majestuoso de todos los tiempos, era cuestión de jalar el gatillo para que la bala le diera a la altura de su corazón y caiga sin vida a los pocos minutos, luego del impacto de aquel proyectil.

Cada detalle de la cacería había sido calculado de manera meticulosa desde hacía meses atrás, sin embargo, algo se encargo de espantantat al animal y se echó a correr a toda prisa hacia el norte del bosque boreal.

—Señor, se nos escapa —informó James con la respiración agitada, se encontraba a mi derecha y con algo de decepción me limite a bajar la escopeta.

—Siganlo, no quiero desaprovechar esta oportunidad —demandé, ahora molesto y me dirigí hacia mi yegua para perseguirlo hacia el lugar el cual se estaba dirigiendo.

Cabalgamos a toda prisa en dirección al ciervo, aquel que había sido apodado por mís hombres como "el rey del bosque". Aunque yo no suponía lo mismo que ellos. Hacia caso omiso de sus ideas ridículas. Sí, era imponente, y con un pelaje pardo, más cercano a un dorado y sedoso, pero estaba lejos de que sea el mismísimo rey del bosque que alguna vez se escuchó nombrar.

De todas maneras, no me importaban los ideales de ellos o míos, mi objetivo era certero, cazarlo, desmostrar mi poderio de la caza en cuanto a los demás lores del condado. No se escaparía de mi alcance tan fácil. Haría hasta lo imposible para colgar su cabeza en mi pared junto a las otras que tenia como exhibición. Habíamos pasado meses siguiendo sus huellas por el bosque, hasta que hoy, por la mañana, uno de mis hombres lo había visto comer por mis tierras.

Y no era la primera vez.

Sabía que era la oportunidad perfecta, pero algo que aún desconocía había hecho que el animal huyera.

Quizás, el destino.

—Mi señor, estamos en tierras ajenas —contó otro de mis hombres cuando nos detuvimos en seco.

No había sido capaz de darme cuenta de lo lejos que habíamos llegado, hasta que Gael habló. En ese instante supe en dónde nos encontrábamos y la rebeldía, a flor de piel, me estaba atrapando para que cometa actos que tenia prohibido ejecutar.

—Estoy conciente, Gael —contesté sin ánimos, desobediente.

Se trataban de las tierras de mi querido primo Ayrton, y poco me importaba, ya que, como habia dicho antes, la rebeldía nublaba mi juicio. No estaba tan claro, o quizás, no quería ver lo que debía hacer y lo que no debía hacer. De todos modos, sería imposible que se diera cuenta que estuve en sus tierras. No tenía hombres patrullando el perímetro y siempre yacia encerrado en Gardenfield, a la sombra de los demás que lo rodeaban, en compañía con la soledad y el velo que caracterizaba a la negrura de las sombras.

No había razones certeras para tenerle alguna clase de envidia, ambos estábamos corrompidos a más no poder por el pasado y la muerte devastadora. Sin embargo, ahora algo había cambiado en su patética y miserable vida, alguien de mi interés personal se hospedaba en su cueva. Y debía admitir que aquello era algo que tenia mi total resentimiento, porque él, estando tan cerca de una persona como lo era Aria, se seguía aferrando a sus juramentos hipotéticos.

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