Capítulo 14 | Aversión

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«Entre dos individuos la armonía nunca viene dada, sino que debe conquistarse indefinidamente» —Simone de Beauvoir.

 
PARTE I

—Ayrton —pronuncia una mujer mi nombre, pero no le dirijo la mirada.

Es más, esta yace atenta a dos personas que se encuentran bailando con tanta elegancia en el salón. Las cuales se tratan del malnacido de Cédric Russell y Aria.

El mismísimo duque de Devonshire se encuentra a una cercanía de la joven institutriz que se me hace imposible tolerar. No logro centrarme en lo que dice mi acompañante luego de haber visto dicha escena.

¿Por que Aria haría eso, sabiendo todo lo que ha cometido en contra de ambos?

Cierro mis puños, airado y, debido a los primitivos impulsos que empiezan a calarse por debajo de mis extremidades, comienzo a dar grandes zancadas con tal de llegar a ellos. Escucho nuevamente que  aquella voz femenina —y por sobretodo un tanto irritante— vuelve a llamarme, pero no atiendo a sus reclamos. 

Mi cuerpo esta actuando por cuenta propia y en mi mente sólo puede manifestarse una acción: alejar a Aria lo más rápido posible de los brazos de lord Russell. Cada segundo que tardo en llegar a ellos es una clase de suplicio que se incrusta más y más en mi corazón. No es ninguna clase de falsedad de que él se esta saliendo con la suya, llenándole la cabeza a Aria para que tenga una imagen errónea hacia mi persona.  

—Primo... —llama de manera jovial Georgiana, pero me limito a ignorarla tanto como a mantenerme firme en mi objetivo.

No es una sorpresa que mi prima siga insistiendo, es una faceta que la define desde que tengo uso de razón. Si hay algo que la describe a la perfección, es la palabra demandante.

Por ende, toma mi brazo con tal de detenerme.

—En este momento no ando de humor, Giana —gruño, mi voz sale diferente a lo habitual. Por suerte, me libero de su agarre con mera facilidad y sigo con mi accionar.

La futura condesa de Norfolk me contempla con extrañeza, busca entender con sus ojos por qué mi estado de animo ha cambiado en demasía, hasta que dirige su atención en Cédric y su acompañante femenina. 

Lo deduce con simpleza.

Se trata de Aria.

Es muy tarde cuando quiere volver a detenerme y prevenir que haga un escandalo. MI puño golpea la mejilla del duque de Devonshire. Mientras que, con mi otra mano, aparto a Aria lo suficientemente lejos de la contienda para que no salga perjudicada.

—¡Para Ayrton! —vocifera Giana al borde de la histeria mientras sigo golpeando a su medio hermano.

Cédric no se queda con los brazos cruzados. Devuelve mis ataques con la misma fuerza y destreza. Cuando logran separarnos luego de varios minutos, me limito a buscar de manera desesperada el paradero de Aria, hasta que al fin lo consigo. La institutriz me examina como lo predije en mi fuero interno.

Con recelo y desilusión. 

«Ahora sabe la bestia que puedes llegar a ser», habla mi torturadora conciencia. 

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