Capítulo 8 | Asalto.

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«Siempre encontramos alguna cosa que nos produce la sensación de existir» —Samuel Beckett.

PARTE I

La mirada que me lanza la señora Norris cuando Ayrton le ordena que prepare dos caballos para la búsqueda de la señorita Murray, es de desaprobación total. En tanto, la ignoro por completo porque sé con determinación que no estoy haciendo nada malo en escoltarlo en su travesía.

Me someto a quedarme callada, mordiendo mi lengua que se encuentra en estado letal para no decir alguna palabra inapropiada, y presto atención a las instrucciones del señor de la mansión. Cuando este termina, le pide con voz neutral que se retire del despacho para que haga lo que se le ordenó. 

La mujer se inclina en son de reverencia al amo de Gardenfield y nuevamente, quedamos solos Ayrton y yo en el espacioso tanto como inhóspito lugar. Pero no es por mucho, ya que al poco tiempo y con la mirada cabizbaja, le informo que debo retirarme. Como era de esperarse de él, no pronuncia palabra alguna.

Sólo yace firme, despreocupado y mudo. 

Contemplando el paisaje que le ofrece la ventana, caracterizado por el arrebol de las nubes y los grandiosos arboles.

Imito la especie de saludo de la señora Norris en vano, ya que Ayrton persiste en darme la espalda a medida que pasan los segundos y no hay indicios de querer darse vuelta. No obstante y repitiéndome que deje de perder el efímero y valioso tiempo que atesoramos, salgo. Me dirijo a mis aposentos estando presurosa, evoco las palabras del señor Hoffman, aquellas que fueron  dichas anteriormente.

Debo encaminarme a los establos de la mansión cuando este lista, allí me estaría esperando para partir juntos. Teníamos la obligación de cambiarnos de ropajes, la misión ameritaba llevar una vestimenta más ligera, al igual que un par de botas. 

Una sensación ininteligible merodeaba por mi cuerpo, en alusión de que nuestra búsqueda seria un tanto duradera hasta encontrar el paradero de Evangeline. Ya que, si mis cálculos mentales no fallaban, ella se había ido hace más de cuatro horas. Tiempo suficiente para estar en un lugar remoto y fuera de nuestro alcance. 

Cuando estuve lista en todos los aspectos posibles, y llegué al hall principal de Gardenfield, mi vista se topa con los niños Murray. Quienes están esperándome con impaciencia notoria.

—Prométenos que encontrarán a Evan, señorita Baudelaire —habló Edwin y yo acaricié sus rizos rubios, así poder calmar a mi pequeño discípulo. 

—Se los prometo, no volveremos hasta encontrar a su hermana —dictamino por el señor Hoffman y también por mi misma. No volvería sin su hermana. 

Sonrieron al escuchar mi voz y antes de despedirme de ellos, me inclino para besar la frente de cada uno. Un gesto cálido para reconfortar su corazón inquieto y sanar las heridas que albergaban. Distinguí que sus mejillas se tornaron de un tono carmesí y sus facciones —antes preocupadas—, cambiaron. Ahora su rostro mostraba admiración. 

—Señorita Baudelaire —llamó la marcada voz de la señora Norris cuando estuve por irme y giré mi cuerpo con pequeños rastros de terror—. Es mi amuleto de la suerte —explicó, cambiando su tono de voz y dándome una especie de collar. La miré absorta por el objeto que me daba y fue aun más cuando, de sorpresa, me dio un corto abrazo por los hombros—. Cuidado.

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