«El hombre no esta hecho para aceptar la muerte: ni la suya ni la de los demás» —Michel Houellebecq.
PARTE II
Los labios de la señorita Baudelarie se asemejan a estar probando una fresa recién madura.
Dulce y fresca en todo su esplendor.
El deseo es incontrolable, despertando perversidades que deben estar en la negrura de mis cavilaciones. En tanto, aumenta cada vez más cuando la mujer que esta enfrente mío, me corresponde con el mismo anhelo.
El contacto que tengo con Aria no me conforma e introduzco mi lengua en su boca. Necesito más de ella, calmar la sed que me produce y eso implica poseerla a mi manera una y otra vez, hasta que quede rendida ante mi.
No obstante, se separa del beso y aleja rápidamente de mi espacio personal, poniendo una mano sobre mi pecho. Aquel que sube y baja por encontrarme acelerando, y recientemente un tanto molesto por su accionar. Aria es inteligente, más de lo que cree, sabe controlar sus sentimientos mejor que cualquier mujer y eso aumenta mi interés.
Estando arrepentida por cómo actúo, huye de mi vista, refugiándose en la habitación de la cabaña y me engaño —a cuestas de mi voluntad— que es lo mejor. Si sigue junto a mi, dudo que sea capaz de auto controlarme de la misma manera que lo supo hacer ella y dejar el camino libre para materializar cada prevención que se evoca en mi mente.
Hacer que su cuerpo voluble tanto como esbelto sea meramente mío.
Maldigo por lo bajo mientras aprieto mi mandíbula con fuerza, pensado en el inmenso poder que alberga esa mujer sobre mis instintos más primitivos.
Los cuatro años de abstinencia no habían sido un problema en mi vida, en lo absoluto. Había dominado cualquier clase de hambre sexual que una mujer podría llegar a provocar. De hecho, ninguna había despertó el deseo al igual que la avaricia en ese periodo de tiempo.
Lo que había sucedido en el pasado era memorable, tanto que jamás llegué a considerar una mujer este en mi cama. Hasta que la vi en ese lago desnuda, como si se tratase de una ninfa de los bosques, mandada por Dios con tal de castigarme. Propiciando alguna especie de maleficio arcano en mi.
Estos días había tratado de alejarme de ella por que el instinto era más fuerte que la razón y para mi respecta, era más valiosa que siga siendo la institutriz francesa que debía educar a los niños Murray, en vez de una mujer que podría usar a mi antojo con el objetivo de complacerme.
No.
No podía hacer que se adentre en la vida que cargaba desde hace un tiempo, llena de sufrimiento, oscuridad y malicia. Ni siquiera en mi cama. Era inocente y vivaz en todo aspecto Aria Baudelaire para corromperlo sin pensarlo dos veces por mi sadismo ambicioso. La luz que alguna vez tuvieron todos en Gardenfield —incluyéndome— y fue arrancado sin compasión de las almas de sus cuerpos por una mujer mefistofélica, había vuelto reencarnado en otro ser femenino tan discrepante, interna tanto como externamente.
Bella e invaluable.
Niego varias veces, tratando de no pensar más en la señorita Baudelaire y me mantengo firme ante mi escaso juicio para no ir a la habitación en la que se hospeda, y así continuar lo que desatamos.
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Tentación inefable
Historical FictionUna joven institutriz. Un hombre macabro. Juegos sadomasoquistas. Y no todo es lo que parece. BORRADOR. SIN EDITAR.