Capítulo 19 | Pesaroso

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«Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible» -Guy de Maupassant.


-Aria ¡Aria! -evoqué su nombre por enésima vez en la oscuridad del bosque. Pero no había ninguna señal de aquella mujer que tan desesperadamente me encontraba buscando desde hacía varias horas.

-Señor Hoffman -escuché la voz de Edward a mis espaldas y giré sobre mis talones, ilusionado en que me diría que Aria estaba de nuevo en Garfenfield. Sin embargo, por las facciones que revelaban su rostro, era todo lo contrario-. Sin ninguna pista de la señorita Baudelaire, amo. En el pueblo nadie vio a ninguna mujer...

-Sigamos buscando, nadie volverá a la mansión hasta que la encontremos. No pudo haberla tragado la tierra.

El muchacho de la servidumbre asintió y se marchó para seguir cumpliendo con mis órdenes. Por otra parte, cuando quise seguir buscando di un paso en falso hacia adelante y caí de rodillas. El cansancio había golpeado mí cuerpo, sabía que estaba ahí desde hacía rato, pero no lo quería ver. No iba a descansar hasta encontrar a la institutriz.

-Señor Hoffman, es hora de volver a la mansión. Usted y los demás tienen que descansar, mañana por la mañana seguiremos buscando.

Apreté mis labios, molesto.

No quería volver, la tormenta acabaría con los pocos rastros que había de Aria, pero el ama de llaves tenía razón. Debíamos volver y recuperar fuerzas, asi que resignado, asentí y me encamine hacia la mansión, mientras me preguntaba en mí mente la razón de porqué había desaparecido así, sin más.

-Ayrton -llamó lady Joanne cuando apenas pasé por el umbral de la puerta. Llevaba puesta su ropa de cama y estaba acompañada por Evan, Edwin y August- ¿Pudieron encontrar algo?

-Nada -respondió secamente por mí la señora Norris-. Niños, es hora de dormir. Vengan conmigo.

Asintieron sin muchas fuerzas y se marcharon con el ama de llaves a sus respectivas habitaciones. No eran horas para que ninguno de ellos estuvieran despiertos, pero entendía su pesar y preocupación por la institutriz. Por que yo también lo sentía, cómo esos sentimientos me quemaban por dentro y no me dejaban en paz ni un segundo. Era probable que apenas descanse y apenas llegue el alba me encamine hacia su búsqueda. Creí que estaba solo, torturándome en silencio, sin embargo, los pasos que estaba dando lady Joanne hacía mí me hicieron volver a la realidad.

-Usted también vaya a dormir, lady.

-No puedo -exclamó rápido, angustiada-. Permítame acompañarlo un rato.

Estaba por aceptar su petición, no porque quisiera realmente estar con ella a solas, de hecho, ya había tenido mucho de su presencia en estos días por obligación. Iba a ceder para que no insistiera. Conocía su temperamento y no iba a librarme de su presencia con facilidad. Aunque la llegada de Edward al salón me impidió aquello y por dentro lo agradecí, porque algo en mí me decía que tenía noticias al respecto.

-Mi señor, un jinete se acerca a nuestras tierras y no está solo. Viene acompañado por una mujer.

-Aria -dije su nombre sin pensarlo, y cuando estaba por correr para verificar si realmente era ella, la mano de Edward sobre mí brazo me detuvo en seco.

-Espere, mí señor. Temo informar algo que no será de su agrado.

Su ceño fruncido me preocupaba. Algo no estaba bien y quería saber qué era lo que estaba ocultando el lacayo.

-Dime, Edward.

-La persona que se acerca a nuestra tierra se trata del duque de Devonshire.

Apreté mí puño y cegado por la ira, busque una de mis armas que estaban en mí estudio y salí de Garfenfield a toda prisa. Escuché a la lejanía cómo la señora Norris y lady Joanne me llamaban, pero no me iban a detener nadie por nada del mundo. La ira me estaba consumiendo y hacia que impidiera escuchar a los demás.

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