Capítulo 7 | Embuste.

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«El mal que hay en el mundo casi siempre viene de la ignorancia y las buenas intenciones pueden hacer tanto daño como la malicia si carecen de entendimiento» —Albert Camus.

Abrí mis párpados con pereza, para luego dar un bostezo cargado de somnolencia. Intuía que era tarde debido a los rayos de sol que se calaban por la ventana y luego se expandían en la habitación.

De nuevo recaí en el descuido. Me había olvidado de bajar los postigos. De todas formas, agradecía haberme despertado de una buena vez.

Me levanté con vagos restos de dolor en mi cuerpo y una debilidad inmensurable. Desconocía la razón de sentirme tan famélica, hasta que los recuerdos de anoche se adentraron con supremacía en mi mente. Las imágenes de todo lo sucedido viajaban con voracidad y ahí entendí en cierta forma el hecho de sentirme así.

Fui hacia el tocador para tomar el peine y desenredar el desastre que se localizaba en mi cabello azabache. Debía estar lista para comenzar con las lecciones matutinas y así olvidarme de todo.

Negué al verme en el espejo. Sabía que si llegaba a presentarme en estas fachas, no sería tomada en serio y la señora Norris comenzaría con sus comentarios desalentadores. Sin embargo, cuando bajé la mirada y quise agarrar el objeto entre mis manos, algo peculiar se interpuso, dejando atrás la acción que buscaba conciliar.

Lo que me tenía atenta era una nota y al lado de esta lo acompañaba un sobre de color negro con detalles dorados.

Llena de curiosidad, tomé la nota de color lila para leerla de manera interna,

«Gracias por haberme acompañado anoche, señorita Baudelaire y lamento lo que sucedió en los jardines. Adentro del sobre le dejo su remuneración y un poco más. Por otra parte, quédese con el vestido y las joyas»

Ayrton.

Mis ojos se agrandaron estando estupefacta y se avivó más la sensación cuando encontré adentro del sobre negro el respectivo dinero del cual me informó. Era demasiado para mi pensar y más sabiendo que había trabajado con ellos menos de un mes.

Lo dejé en un costado, no podría aceptar la inmensa cantidad ni mucho menos las joyas al igual que el vestido.

Suspiré rendida.

Percibía que el señor Hoffman no tenia intenciones de hablar conmigo de ningún tema y por eso me había dado los ostentosos obsequios, así mantener mi silencio. En cierta forma, saber que Ayrton se presentaba negligente e impasible conmigo, me generaba un endeble malestar anímico. Porque yo quería estar a su lado, y entender porqué motivo se escondía en la dureza de aquella coraza.   

Me quería pegar una bofetada por lo que estaba sintiendo. Me desconocía rotundamente por cavilar así. Siempre había mantenido una relación profesional con mis empleadores, pero el señor Hoffman tenía algo que lo diferencia del resto.

O —

Una semana transcurrió lo que sucedió en los jardines, también en el que Ayrton Hoffman se mantenía oculto en las sombras de su cueva y por sobre todo lo mencionado anteriormente, había pasado una semana desde que él —de manera indirecta—, comenzó a profanar cada ideal que se ceñía en las fosas de mi mente.

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