Capítulo 2 | Colisión.

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«Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer» - Antoine de Saint - Exupéry

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«Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer» - Antoine de Saint - Exupéry.

Al día siguiente de mi llegada en Gardenfield, la misma rutina de las horas anteriores nos envolvió a los jóvenes Murray tanto como a mi.

Sin embargo, lo que había cambiado de manera drástica fue el hecho de que una efervescente y despiadada tormenta lo cubriera todo a su paso. Impidiendo que mi carta con palabras triviales para los demás -exceptuando para mi-, llegara al correo del pueblo.

Era consciente que no podía interferir en los planes que la naturaleza había previsto para aquel día de invierno. Sólo inmiscuirme en la dicha espera en el que Edward, el joven que se encargaba de la correspondencia y otros asuntos ajenos -que poco debían importarme-, la llevara junto con las demás cuando el clima sea favorable.

No había visto al señor Hoffman por ningún recinto de la inmensa mansión que me alojaba, lo cual era insólito. Tenía la esperanza de que me llamara en algún momento para presentarnos de manera formal, como ya había experimentado con mis anteriores patrones y dialogar sobre mi corto pero a la misma vez exitoso progreso que conllevaba a la educación de los niños. Aquellos que estaban a su merced por razones que desconocía y no tenia permitido saber.

La señora Norris me había advertido que no podía preguntar nada que los involucrara a ellos tanto como al señor Hoffman. Me alentaba con vagas ilusiones que dentro de poco llegaría el momento para entrelazarnos. Era cuestión de un tiempo indefinido y no forzar los planes que el destino me deparaba, sino, sería peor.

Podía mentirme a mi misma sobre un montón de temas. Como aquella creencia de que el destino me bañaría en fortunas y que no me intrigaban las adversidades que escondía la mansión, esas que me abrumaban. Pero mis ojos, que desprendían un brillo singular, me delataban.

Imploraba saber que escondía mi empleador.

-Nos vemos mañana, señora Norris -dije con timidez antes de dirigirme a mis aposentos para dejarme envolver por el cansancio que me acechaba en cada extremidad-. Mañana les enseñaré a los niños sobre música y artes plásticas. Quiero estar descansada para dar todo mi empeño.

-Espere, señorita Baudelaire. -Llamó de forma autoritaria antes de que pudiera cruzar el umbral de la puerta del comedor que pertenecía al servicio-. Lamento no haberle informado con anticipación al respecto. El señor Hoffman me pidió que los domingos, los niños Murray y usted se tomaran un descanso de las extenuadas lecciones y los aprovecharan como quisieran.

-Ya veo -susurré con asombro ante aquella noticia inesperada. Aunque por dentro estaba complacida, así ellos podrían contraer la tranquilidad que les faltaban a sus deslucidas almas-. Entonces, dejaré las lecciones pendientes para el día lunes.

-Buenas noches, señorita Baudelaire -saludó la señora Norris, dando un punto final a la corta charla que entabló.

-Buenas noches para usted también.

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