Capítulo 21 | Calvario

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«Todo hombre se parece a su dolor» — André Malraux.


PARTE II

 —Había dicho que no quería que usted nos acompañara, lord. 

Fueron las duras palabras que pronunció lord Hampshire cuando me vio junto a Aria preparados para salir de la mansión, y brindarle un aburrido pero necesario recorrido por el pueblo.

Puse los ojos en blanco, un tanto disgustado por su empeño en seguir alejándome de Aria, pero no se lo dejaría vencer tan fácil, haría que acepte mi presencia a como de lugar, ya que le había prometido a la institutriz que la acompañaría. 

—Señor Hampshire, mi prometida no conoce muy bien los alrededores, por ende, será un tanto dificultoso que le haga un recorrido por Nothe Fort.

—No me interesa ese hecho, solo quiero conocer a la señorita Baudelaire y preferentemente que no este usted

—Sin embargo... —No pude terminar de objetar debido a que Aria tomó la manga de mi saco y jaló de este con lentitud. Sorprendido, giré mi rostro para ver sus ojos, como estos me decían que me tranquilizara o sino echaría a perder el plan.  

—Querido —comenzó hablando por lo bajo, un tanto tímida e inquieta—. No quiero que haya un altercado entre ustedes sin sentido, acompañaré al vizconde de Bearsted y seguro que antes del mediodía estaremos de nuevo en Gardenfield. 

Tomé su mano y la llevé hasta mi rostro para brindarle un beso en alusión a que aceptaba su petición. En alusión a que caí ante sus deseos, sin mucha estima por supuesto. No obstante, no la dejaría partir sin más, Hampshire podría haber ganado esta contienda pero no se la dejaría tan fácil. 

Podía ser el mensajero de su majestad, tan pertinaz como juicioso, uno de los favoritos ante la corona debido a la amistad que por tanto años compartieron. No obstante, yo era el sabueso y por sobre todo, el implacable y encarnizado verdugo de su majestad. 

—En ese caso, deja que una de las mucamas te acompañe, me sentiré más aliviado. 

Antes de que aceptara mi petición, miró al vizconde, esperando encontrar una negativa de su parte, pero sólo se mantuvo en silencio, mirando los candelabros que decoraban el techo del salón. 

Llamé a la señora Norris y le pedí que preparara a una de sus mejores mucamas, debido a que acompañaría a la señorita Baudelaire y vigilaría los actos y dichos de lord Hampshire. Acató mis ordenes con precisión y rapidez, y cuando ambas mujeres estuvieron listas para marcharse con el mensajero de la reina y el sequito de soldados que lo acompañaban, se despidieron.

Aria se limitó a saludar a los niños Murray con un beso en la nuca. Estos sonrieron mientras tenían los ojos cerrados, emocionados por la calidez de su saludo. Luego de eso, le tocó despedirse de mi.

Un tanto dubitativa, llevó su mano, aquella cubierta por los guantes de seda, a mi mejilla izquierda y la apoyó con delicadeza. Por otro lado, sus labios viajaron a la otra mejilla, dándome un beso fugaz y... cálido, tan acogedor como tranquilizar, como cuando sientes la tenue luz de los rayos del alba que caen en tu cuerpo luego de haber sentido el mortífero frio de las noches invernales.

Claro estaba que todo había sido planeado la noche anterior, desde las líneas que diría cada uno hasta cómo procederíamos actuar, y demás. Por ende, todo lo que había sucedido se trataba de una falacia para convencer al mensajero de la reina y hacer que se marche lo más rápido posible de Gardenfield.

Sin embargo, no sé porqué razón mi intuición me decía que no todo se trataba de un vil engaño de ambos.

¿Por qué el corazón me latía con tanta fuerza luego de haber sentido su débil y efímero contacto? Suspiré, sin ánimos y traté de buscar consuelo en alguna actividad para no pensar en aquellos interrogantes que solo conducían al camino de la desesperación e incertidumbre de la mente humana.  

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