Capítulo 10 | Irresolución.

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«A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas» —Marcel Proust

PARTE I

«Te estaré esperando en mis aposentos esta noche, cuando todos se hayan dormido»

La frase que me había dicho Ayrton en la habitación del baño, queda grabada en mi mente y para mi pesar, se repite una y otra vez. Definitivamente no he sido una persona racional en estas últimas semanas.

Trataba de recordar en qué momento había cambiado mis ideales fieles al igual que devotos.

No podía tener en cuenta lo que Ayrton me había propuesto con anterioridad. Ser suya. Atar mi cuerpo a él. Aunque, se me hacia imposible dejar de lado todas las sensaciones que había experimentado en nuestros encuentros más íntimos.

Lo necesitaba.

Aclamaba que el señor Hoffman siguiera tocándome de esa manera indecorosa cuanto antes, sentirme lujuriosa entre sus brazos vigorosos y dejar de lado mi faceta tan propia por una vez en la vida. No obstante, y para mi sorpresa, una voz se hizo presente en mis cavilaciones. 

Una voz que hizo echarme para atrás al igual que reflexionar antes de actuar por impulso tanto como placer.

«Debes tener cuidado y miedo de sus palabras»

Suspiré.

Por más que lo quisiera negar, ese sentimiento se escondía en la estrechez de mi fuero interno y no albergaba ninguna intención en querer abandonarme por nada del mundo.  

Y no era para menos, involucrarse con alguien de esa talla misteriosa y recta —como lo era Ayrton desde mi perspectiva—, inducía ese efecto de inmediato. Porque se asemejaba a pactar con algún demonio del infierno, por más que careciera de piel escarlata y fauces afiladas. A su vez, sabía que debía guardar mi virtud para el hombre que se convertiría en mi esposo en un futuro, cercano o lejano.

Pero siendo honesta conmigo misma, —lo cual se me era extraño— y hablando con la verdad absoluta, dudaba que algún día llegara a casarme con algún hombre.

¿Porque, quién querría casarse con una simple institutriz, sin gracia, escuálida, ni dote que ofrecer para sustentar el futuro que construiríamos juntos?

Viéndolo desde mi punto de vista, cualquier en su sano juicio buscaría huir de la miseria y amargura que le propiciaría el destino si lo llegaban atar a alguien en mi posición social.

Serían años de soledad y remordimiento para ambos, y así sería hasta que la muerte de alguno de los dos nos separe. ¿Entonces, qué había visto de especial en mi el señor Hoffman?¿Quizás buscaba que sea el revolcón de una noche? ¿Sentirse poderoso de tener en su lecho a cualquier mujer con solo tocar su piel desnuda?

Inmensas preguntas sigueron sofocándome, pero la serena voz de la señorita Evangeline me rescata de la cueva oscura en la cual me encuentro.

—¿Qué sucede, señorita Baudelaire? —pregunta inocente y poso mis ojos en los suyos, los cuales yacen insistentes en querer saber lo que oculto en mi alma. Es como si quisiera ver a través de mi, pero no lo consigue.

Debí haber estado perdida en mi mundo por un largo rato, sino, no hubiese preguntado mi pequeña discípula. 

Antes de hablar, le ofrezco una sonrisa de disculpas.

—Nada grave —contesto sin importancia, acomodando un mechón de cabello pelirrojo detrás de su oreja. Instantáneamente, sus mejillas se tornar de un tono carmin y baja la mirada.

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