Capítulo 16 | Hecatombe

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«El corazón es una tierra que cada pasión conmueve, remueve y trabaja sobre las ruinas de las demás» —Gustave Flaubert

PARTE I

Alguien había tocado la puerta en el transcurso de la mañana de aquel día invernal. El desayuno tan típico de todos los días se vio interrumpido por los sonidos que provenían de la sala principal, provocando que nos detuviéramos en seco. Los niños Murray y la señora Norris dirigieron sus miradas más allá del umbral de la puerta, en cuanto a mi, solo pude girar mi rostro e intentar pararme para encaminarme en abrir la puerta de la sala. No obstante, la mano de Prescott se enredó en mi brazo con fuerza, impidiéndome cometer tales acciones.

Las cuales pretendía acatar sin dudar alguna.

La observé con extrañeza por un rato largo, el cual hizo que me perdiera por completo en la laguna de sus ojos grises. Esperé que saliera algo de sus labios pálidos, los cuales se habían vuelto de ese tono por el frío inmensurable que estaba emergiendo en nuestro alrededor, y cuando menos lo esperé de su parte, salieron dos palabras de sus cuerdas vocales.

—Iré yo —exclamó mordaz y se levantó de donde estaba cómodamente sentada, echándose a andar presurosa en dirección a la puerta. Aquella que —antes de que pudiera abrirla la señora Norris— había sido tocado... por segunda vez en menos de pocos minutos.

Se escuchó muy a la lejanía el rechinar de la puerta, señal de que había sido abierta por la señora  Norris, seguidamente unas quejas por parte de la ama de llaves de la mansión y, por último, el portazo que esta misma le propició. 

Supuse en ese entonces que aquella persona —que había sido capaz de profanar la escasa paciencia de la señora Prescot Norris—, hizo convertirla en el ser que disgustaba con tanto fervor, por el simple hecho de que, cuando estaba en ese lapsus, alternaba mis pobres nervios y angustiaba a mis discípulos.

Llegó al poco tiempo como lo predije, dando zancadas, desatando una especie de pesadez en la atmosfera. Luego depositó con efusividad algo en la mesa, haciendo que por poco el líquido que se encontraba en las tazas del desayuno y la jarra de porcelana se derramara.

—Estos miserable oportunistas. —Comenzó hablando, apoyando su mano en una de las sillas y continuó al poco tiempo—. ¿Cuándo dejarán de hablar del escándalo que sucedió hace días atrás? —preguntó hastiada y colérica la mujer.

Los niños Murray
mantuvieron compostura, respirando con cautela, manteniendo silencio para evitar que el lívido hilo —aquel mantenía cuerda a la señora Norris frente a nosotros— se quebrara. Sino, sufriríamos las consecuencias del posible hecatombe que se desataría en la habitación donde nos encontrábamos.

En cuanto a mis acciones, me limité a mantenerme callada tanto como a observar lo efímero que mis ojos alcanzaban. Analicé con dificultad lo que había dejado Prescott, se trataba de una especie de panfleto. Un papel que tenía un dibujo un tanto provocativo y varios párrafos plasmados en él. Pude leer el título, el cual era "¿Quién es la misteriosa mujer que captó la atención del duque?". Por desgracia, nada más llegué a leer aquello, y no porque no pudiese, sino por otro acontecimientos imprevisto.

La presencia de la persona menos esperada de todas, pero sin duda la más importante de todas, se había hecho presente en el cuarto de servicio alrededor de las nueve de la mañana.

—¿Qué sucede, señora Norris?

Escuché la voz del señor Hoffman a mis espaldas, produciendo en mi piel escalofríos. De inmediato me levanté de la silla junto con los niños y bajamos la mirada.

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