Capítulo 31: Aquellos que se dejan ver.

59 5 0
                                    


Los músicos no tocaron, aquella noche fue diferente, eran tantos músicos, que importaba uno más o uno menos, pero la presencia de la excepcional pareja a un lado del escenario era el característico deleite de las masas, el faltar dio importancia a los movimientos de las damas danzantes y sus rutinas de baile que daban vida a la obra.

Su falta fue tomada como una maniobra para mantener al público pendiente, presentaciones diferentes cada noche con otros músicos y bailarines. Dándoles cada día algo nuevo de lo que hablar y alabar.

¿Exagerada la fama de una simple pareja?

Por supuesto que sí, una tranquila y delicada flor que permanecía inerte entre la media luz mientras era guiada por un atractivo esposo. Un matrimonio que por apariencia incitaba al romance y que en realidad contaban una historia aburrida.

Algunos hablaron de más, esa era la idea.

Idearon rumores como de que la dama era una famosa cortesana extranjera que para escapar con su amado se infringió el daño en su delicada vista, pudiendo así marcharse con él. El precio fue demasiado alto, dijeron, cuan fuerte amor se profesaban que sacrifico algo de si para permanecer entre los brazos del amado. 

Una historia digna de alabanzas, pensó la aludida al escucharla aquella misma noche desde la segunda planta mientras la obra se realizaba.  

- ¿Es real? – la misma chica que siempre la acompañaba se escuchaba imaginativa, con un tono de voz feliz, tan típica en su ingenua edad.

- No lo es – ahí, el sonido de la desilusión. – Nos conocemos desde niños, nuestros padres acordaron el matrimonio.

- ¿Nada más?

- Nada más. Y lo de la...

- ¿La vista? – la chiquilla temía preguntar. – No nací así.

En realidad no le mintió, cada una de sus palabras fue real y sin un ápice de falsedad, simplemente tergiverso esa realidad.

Escucho la música, el sonido de las voces y de las pisadas de los extraños, la muchedumbre apenas y pronunciaba palabra en algunos momentos.

"Ya me deje ver" – pensó, antes de incorporarse.

- La ayudo. – cuan voluntariosa.

Gaza y seda, la estaba matando cargar tanto vestido y aquel maquillaje espeso, escondía manos bajo las mangas todo el tiempo, los callos por la espada desvelaban la realidad sobre la delicada señora.

- Disculpe, ¿es la Señora Hua Xin? – la extraña voz de un hombre.

- Sí Señor, es la Señora Hua Xin. – la voluntariosa chica contestaba por su Señora.

- Oh, afortunado de encontrar a la Señora. Este humilde sirviente es de la Mansión del Ministro Guo, la Señora ha adquirido en la capital una particular fama por sus habilidades, dicen que su toque es como el sonido de campanas celestiales y su belleza la de un hada.

- Espero que el Señor compruebe que tales palabras son exageradas, solo la esposa de un hombre soy.

- ¡Una invitación! - quería detenerla – Una invitación, de la Mansión del Ministro Guo.

Una pausa, la dama tranquila y delicada que escondía sus manos bajo las mangas no respondía, deliberaba sobre lo que debía hacer.

- No está en mi posición aceptar, pasad pues a reunirse con mi suegro tras los bailes.

Y, ahí en ese momento, el pez mordió el anzuelo.





No llegaba, le esperaba impaciente, para algunas cosas no era paciente, ella solo interpreto su papel y el Mayordomo se dirigió a encontrarse con su supuesto suegro, supo por las bailarinas más tarde que también su "esposo" se encontraba presente.

¿Lograrían que contratara la compañía entera?

Necesitaban una distracción colosal para que el plan fuera rápido y eficiente.

Aun temía porque fueran reconocidos, Guo Hundu no era un tonto y el Príncipe de Bai Lang era conocido físicamente por sus enemigos, aun y con una barba falsa su porte aún estaba ahí.

Llego.

Cansado y medio borracho, se tambaleo un poco a la derecha antes de caer en la silla, sus pies pesados y su mano sujetando la cabeza, adormecido por el vino ingerido.

- ¿Y bien?

No recibió respuesta.

Una almohada fue lanzada y no esquivada.

- Por lo menos por hoy podrías tratarme bien.

- ¿Cuándo no te he tratado bien?

- ¿Ahora?

- ¿Quién dice? Ese es mi tratamiento especial, solo para ti.

Un suspiro fingido.

- Muy conmovido. – sarcasmo, tan típico de él. – Dos días, en dos días debemos estar preparados. – Yue'er, ¿soy solo yo?

Quedo en blanco, no entendía de lo que le hablaba.

- Desconfió, no creo que sea tan simple de conseguir.

- Abortemos entonces.

- Ya es demasiado tarde para ello.

Convencido, desconfiado, podría con todo eso, debían cumplir con lo que se habían propuesto, eso era lo único que Liu Jin Xi tenía en su mente.

Incorporándose tomo un cobertor a su lado, se acercó a él y antes de entregárselo este tomo su mano la llevó hacia si para simplemente sentarla en sus piernas.

Un buen pellizco y se incorporó antes de regresar a la cama y verlo acostase en el frio piso con solo una manta y un cojín.

Aquel era un matrimonio fingido, no deseaba enfrentar nuevamente el escrutinio de su familia ante el deseo de estos de verla casada. Mientras le seguía de cerca se dijo a si misma que era mejor no dar esperanzas, pero era realmente difícil.

- ¿Cuánto tiempo planeas dormir en el suelo?

- Hasta que me digas que puedo dormir en la cama – lo menciono como algo muy normal.

- Me incomoda verte en el suelo cada noche.

- Solo invítame a la cama... - sonrió malicioso – pero el día que me permitas yacer junto a ti no será precisamente para dormir.

- Desvergonzado. – murmuro, solo un murmullo que este no entendió pero que aún distinguió.

¿Cómo podía simplemente pasar de un estado de animo a otro?

No lo hacía, solo la provocaba para que no pensara más en los malos presentimientos.

Solo que, ella había aprendido mucho de sus experiencias anteriores y muchas veces se salvó simplemente por algún que otro presentimiento.

No estaba de más preparase.  

La Diosa de la Guerra - El Sol de Xia ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora