Preludio

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Vodián, ciudad al este de Ribinska

   Era la tercera noche que Kolenka abría los ojos en el patio de su casa. La despertó la helada nocturna y el mar de grillos. La luna, como siempre, le sonreía burlona desde el mar de estrellas.

   Se sentó sobre el pasto y se frotó los brazos, solo llevaba el camisón de dormir. Miró a la casa: no había ni un farol de cristáluz entre las cortinas. Debía darse prisa si quería volver a la cama antes de que el señor y la señora Vonzepp se dieran cuenta. Se levantó y caminó, ignorando la humedad del pasto bajo los pies. Entró al patio techado, donde debió esquivar la mesa y las cajas con soldadoras, martillos, llaves y demás herramientas de trabajo de su hermano. Subió la escalera, entró al dormitorio y se abrazó a la almohada.

   Si los Vonzepp la hubiesen descubierto, esta podría haber sido la última noche que pasaba en casa. Ni siquiera encerrarse había resultado, pues bajo el influjo del sonambulismo fue capaz de agarrar la llave dentro del cofre asegurado con una segunda llave. Tal vez debería encargarle a Gávril que la encerrara, que él se quedara con la llave hasta mañana, y quizá de ese modo los despertares nocturnos remitirían.

   ―¿Koli? ―Gávril la llamaba al otro lado de la puerta―. Koli, debes ver esto.

   ¿Gávril la había visto fuera de casa? Siempre era mejor él antes que sus padres.

   Koli fue a la puerta y la entreabrió. La luz de la linterna que sostenía Gávril iluminaba la sonrisa cómplice que a ella tanto le gustaba. A pesar de ser adoptada, siempre había querido a Gávril como a un hermano, su protector hermano mayor, aunque últimamente un extraño cosquilleo nacía dentro de ella cuando se encontraba junto a él. Acaso se debía a que estaba dejando de ser una niña.

   ―¿Qué sucede? ―preguntó ella, viendo cómo la luz producía curiosos reflejos en las antiparras que Gávril llevaba al cuello.

   ―Acompáñame al mirador, rápido. Ponte algo, afuera está fresco.

   ¿Fresco? Ella se había congelado, y se preguntó cuánto habría estado allí afuera.

   Agarró la bata de lana, se la ajustó con el lazo a la cintura, buscó su linterna y siguió a Gávril por el pasillo y la escalera caracol hasta la torre de la casa. El catalejo que él había terminado de fabricar una semana atrás ahora estaba montado en un trípode. Los anillos de bronce centellearon a la luz de las linternas.

   ―Apágala ―le ordenó él, haciendo lo propio con la suya y dejando la linterna sobre la barandilla que rodeaba el mirador. Bajo la luz de la luna y las estrellas, rodeados por la oscuridad y la privilegiada vista nocturna del barrio, Koli lo vio moverse alrededor del catalejo, tocando aquí y allá las misteriosas ruedas dentadas que formaban parte de aquel prodigio mecánico―. Mira hacia el noreste.

   ―¿Cuál es el noreste?

   Gávril resopló.

   ―Mi próximo regalo para ti será una brújula, Koli. El noreste es hacia allá, entre la capilla y las primeras montañas de la cordillera.

   Ella se inclinó sobre la lente ocular y movió el tubo lentamente. Solo veía sombras, las ramas más altas de los serbales y las puntas de los pinos, las estrellas en el horizonte y...

   ―¡Humo! ―dijo, y Gávril le chistó para que callara. Ella bajó la voz―: Veo humo al otro lado de las montañas.

   ―Fuera de la región, así es.

   Koli se apartó del catalejo. Con las manos en los bolsillos, Gávril caminaba de un lado a otro por el mirador.

   ―Hace un par de semanas descubrí ese misterioso humo ―dijo―. Siempre al anochecer. Esta vez es más intenso.

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora