Capítulo XVIII

20 6 8
                                    

   El escritorio crujió cuando Bliss se inclinó sobre el Libro de los Revelamientos. Debía registrar la revelación, el soplo que las estrellas y la Luna acababan de susurrarle al oído, antes de que fuera demasiado tarde.

   ―Kolenka Vonzepp es la Luna ―dijo en voz alta Bliss. Mojó la punta de la pluma en el tintero y trazó dos curvas paralelas en la página―. Maud Zalaty es el Sol. ―Dibujó un círculo y una línea que lo conectaba con las dos curvas―. Plata y oro: la unión de dos elementos complementarios, la llave para abrir y cerrar portales.

   Releyó la última revelación que había escrito días atrás: "Una Hechicera mitad humana y mitad nóckut marcará el principio del fin de estas calamidades".

   ¡Por supuesto! De eso se trataba. ¡La unión perfecta de esos dos elementos! La inocencia y receptividad de Koli representaban la mitad humana, mientras que la fortaleza y la resolución de Maud reflejaban la mitad nóckut. Entre las dos, según le había referido la reina, habían logrado someter nada menos que a Asmódey y desterrarlo al Inframundo.

   Habían abierto un portal.

   "No debería faltar mucho ―pensó― para la llegada de una Hechicera con sangre humana y sangre nóckut. ¡El arma definitiva!".

   Cerró el libro de las profecías, lo guardó en el estuche de cuero, y lo enganchó en su cinto. Se echó la capa de viaje sobre los hombros y fue al balcón del dormitorio. La noche era límpida y cálida. Hasta Bliss llegaron las voces del banquete.

   "Maud se ha vuelto más fuerte ―reflexionó―, y más sabia. Si llegara a faltarle, estará bien sin mí".

   ―Perdóname, Glimmer ―murmuró a la noche―. Al menos disfruta los efectos de la droga con la que brindaste conmigo.

   La centinela líder no debía estropear sus planes. La había notado muy cercana a esos dos aliados del Cazador. Unas gotas de estrella de Venus en la jarra de hidromiel de Glimmer serían suficientes para mantenerla lejos y retrasar a aquellos dos. En especial al jinete de ojos azules.

   Comprobó por última vez que llevaba bien ajustada al muslo la daga flamígera, trepó al borde del balcón, y saltó hacia la espesura de robles.

   Avanzó de rama en rama, aprovechando los troncos más gruesos, o descolgándose y caminando con sigilo en busca de los árboles más viejos y con retorcidas ramas en forma de escalera ascendente. Aquello era como un juego de niños, semejante a las carreras que las jóvenes nóckuts practicaban para competir con los varones de otros clanes. Bliss suspiró. Hacía tanto tiempo de aquello: más precisamente, desde antes de que todas ellas fuesen raptadas y confinadas a aquella región. Hasta que Bliss las había liberado del Mal, a costa de perder su dominio sobre el Fuego. Y aquellas niñas nóckuts habían crecido y formaban parte de la guardia permanente de la aldea.

   Bliss divisó el muro oriental del pueblo, y el antiquísimo pino de hojas de plata que crecía amurado a los bloques de piedra. Según lo dispuesto para su excursión nocturna, la patrulla pasaría por este sector a medianoche, por lo que tendría tiempo de sobra.

   Se sirvió de sus propias manos y uñas para ascender por la corteza, dura y áspera. Alcanzó lo alto del muro y pegó el cuerpo al borde: bajo ella, un cordón de robles amparaba el muro exterior, y hacia el horizonte reposaba el Lago de las Centellas. Vio la luz de la luna reflejándose en los guijarros de la orilla.

   Una vez más se dejó caer en una rama robusta, y fue de árbol en árbol bordeando el lago. Cuando entrevió en la orilla uno de los muelles y la embarcación lista, se aferró a la última rama y se descolgó sobre la tierra.

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora