Capítulo I

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Ribinska, un año después

   Las Argéntum-Córuscent eran la nueva adquisición del Centro de Ribinska. En el polígono de tiro, Exan Deil eligió una de la panoplia portátil que tenía junto a él, la cargó con munición común, apuntó a la placa de roca absorbente berisiana que hacía de diana, varias decenas de metros adelante. El frío del metal y las runas cinceladas en la culata de la pistola eran un agradable recordatorio de aquella primera prueba con el prototipo que él había diseñado.

   Jaló el gatillo, firme y seguro, oyó el chasquido y la explosión, y observó el círculo que apareció en el centro de la diana. Apenas había notado el retroceso.

   ―Señor ―dijo alguien detrás de él―. Debe colocarse la protección para los oíd...

   El aprendiz de Guardián calló en cuanto Exan se giró y lo miró a la cara. No era la primera vez que un aspirante del Centro lo confundía con un vulgar Cazador. Hasta que reconocían su gabardina oscura, el sombrero de ala ancha, los lentes de jaspe negro y el pelo blanco que tanta curiosidad generaba por su aparente juventud.

   ―Señor Deil, disculpe, yo...

   ―Vuelve a tus asuntos, joven Guardián ―dijo Exan. Volvió a apuntar a la diana, pero con el rabillo del ojo advirtió que el muchacho se había quedado allí, observándolo como el pichón mira hipnotizado a la serpiente que está a punto de tragárselo.

   El disparo volvió a dar en el mismo lugar, y esta vez la roca absorbente se tambaleó y cayó.

   ―¡Señor Deil! ―llamó ahora un agitado teniente que entraba al polígono. Exan dejó la Argéntum sobre la mesa de tiro―. Señor, acabamos de recibir un telegrama de Vodián, la ciudad lindante con la cordillera berisiana. El capitán cree que podría ser un caso de su interés.

   "Vodián", pensó Exan. Hacía años que no pisaba aquella lejana ciudad. La última vez la había visitado para conseguirle a Voryanda unos anteojos prismáticos de excelente calidad.

   ―¿Y bien? ―dijo―. Dónde está ese telegrama.

   El teniente palideció.

   ―El capitán Finn lo espera a usted en su despacho, señor.

   Exan gruñó. Qué pérdida de tiempo. Los engranajes burocráticos del Centro estaban cada vez más oxidados.

   ―Ocúpate de esas Argéntum ―ordenó, señalando la panoplia junto a la mesa de tiro que acababa de dejar. Y salió del polígono hacia el despacho del capitán.


   Ya en la torre de los Guardianes, Exan dobló hacia el pasillo que llevaba al capitán Finn, y se detuvo. ¿A qué se debía esta multitud de muchachos y veteranos, Guardianes y Cazadores, reunidos allí y obstruyéndole el paso? Un coro de vítores se alzó desde el centro de la multitud, y Exan se preguntó qué clase de espectáculo se estaría llevando a cabo.

   ―¿No piensas rendirte, imbécil? ―dijo una voz que él conocía bien―. Ya te he dicho que no lo hice a propósito.

   ―¡Patrañas! ―contestó otra voz―. ¿Sabes lo que me ha costado ese reloj?

   Más vítores y aplausos.

   Exan se abrió camino a empujones hasta llegar al límite del círculo de espectadores que rodeaban a dos contendientes. Uno se trataba nada menos que de Alan Valken, su propio discípulo y protegido. Y el rival era un Cazador, reconocible por la divisa en el brazo, y probablemente un veterano, según esos horrendos mostachos que la moda trataba de imponer. El Cazador tenía una rodilla en tierra y con una mano se sujetaba el costado, por el que caían gotas de sangre manchando el gabán. Delante del Cazador y a una distancia segura, Alan se mantenía en guardia aferrando el puñal, la hoja a la altura de los ojos y el filo apuntando al oponente. Entre los dos, un revólver yacía en el piso. Seguramente Valken había logrado desarmar al veterano.

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora