Capítulo X

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   La reina se recuperó con bastante rapidez. Al alba, había abierto los ojos, y poco después se incorporó en su catre para recibir con apetito el desayuno y la medicina traídos por una de sus doncellas. La piel había recobrado su color, y los ojos brillaban como durante el primer encuentro en el salón de audiencias.

   La líder del clan Zalaty sanaba. Mejor así.

   De pie junto a la ventana, Exan Deil observó al trío reunido en el patio del cuartel. La jefa de la guardia parlamentaba con sus dos discípulos: en breve, Rynfer y Valken pisarían por segunda vez el bosque, el refugio de los serpen-volks, aunque esta vez guiados por la hábil Glimmer.

   ―Se marchan ―informó Exan. Miró al otro lado de la habitación: Maud había apartado la bandeja del desayuno y elongaba los brazos―. Tu fiel centinela ya se los llevó. ¿Dónde quieres empezar?

   ―Ordenaré que despejen el patio de armas para nosotros.

   Maud se levantó de un salto y fue hasta la panoplia del rincón. Eligió un par de dagas tridente, las envainó a la espalda en el tahalí doble, y se plantó firme delante del Cazador.

   ―Los Vonzepp no deben estorbarnos ―dijo Exan.

   ―El mayor instruirá a su hermana con las armas de fuego, en uno de los salones. Estarán debidamente vigilados por mis doncellas.

   Deil se apartó de la ventana y caminó alrededor de la reina.

   ―¿Todavía no has intentado conjurar nada? ―preguntó.

   Por respuesta, Maud levantó la mano y extendió los dedos. Chispas rojas, como gotas de sangre incandescente, surgieron de la palma. Exan se detuvo frente a ella y la estudió a través de los lentes de jaspe negro. Maud apretaba los dientes, no apartó la mirada.

   ―Sientes dolor, ¿verdad? ―Exan sonrió―. Vamos. Empecemos de una vez.


   El sol caía inclemente en el patio. Las losas debían de estar muy calientes como para que un humano las pisara sin protección. No así para la reina nóckut del fuego: Maud iba descalza, los tobillos cubiertos con cintas de oro. No llevaba las placas protectoras de sus lanceras, sino un sencillo vestido de cendal, un cinto y el tahalí cruzado. Cuántas dagas llevaba la reina, Exan no podría asegurarlo a simple vista.

   A pedido de él, nadie más que ellos dispondría de aquel sector, hasta que él decidiera liberar a Maud.

   ―Cierra los ojos, concéntrate ―le ordenó Deil―. Extiende tus manos y trata de no gritar: trágate el dolor.

   No estaba de humor para oír el sufrimiento de su nueva aprendiza. Yendo y viniendo delante de la reina, Exan no dejaba de observar la expresión de su rostro: serena al principio, se esforzaba por no chillar ante el dolor que le suponía crear una chispa sobre las palmas.

   ―Lo que debes hacer no es más diferente de lo que ya sabes ―siguió diciendo él―. Crea una esfera pequeña, como la que nos mostraste anoche en el salón. ¿O fue tu arrogancia por impresionar a una Rynfer la que lo logró?

   Las incipientes chispas en las manos de Maud se convirtieron en relámpagos pequeños y rojos.

   ―Se supone que eres una reina nóckut, Maud. ¿Qué es lo que te detiene?

   La reina apretó los dientes, gruñó. Y la sangre empezó a manar de sus palmas.

   ―Detente ―ordenó Exan.

   ―¿Así es como entrenaste a esa nóckut? ―Maud abrió los ojos, y atrapó las chispas y las minúsculas centellas, un resplandor rojizo escapaba entre sus dedos―. ¿La obligabas a que te odiara?

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora