Capítulo VII

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Glimmer detuvo a su palomino y estudió el horizonte de montañas y robles. El sol descendía con rapidez, y la avanzadilla de su patrulla aún no regresaba. ¿Se habría encontrado con un nido de lobos-serpiente?

O con aquel brujo con máscara de pico y gabardina oscura.

A Glimmer se le erizó la piel de solo pensar en ese monstruo. Se preguntó si el mensaje de ayuda enviado por Bliss dos noches atrás habría sido recibido por la elegida, aquella que, según los Revelamientos, le abriría las puertas al Exterminador de los tormentos en Ádarel.

Glimmer agarró el arco, sujeto a la silla de montar. Frotó las piedras de polvo de luz que llevaba al cuello, y con un rápido movimiento de las manos convirtió la chispa en la flecha que lanzaría como señal de retirada: con el crepúsculo al caer, el pueblo debía cerrar sus puertas antes de la llegada de los lobos-serpiente.

Colocó la flecha de polvo de luz en el arco, apuntó al cielo y tensó la cuerda.

El techo del robledal se agitó bajo las primeras estrellas, y Glimmer percibió en sus piernas y luego en su cuerpo la vibración del galope de una decena de bestias. Bajó el arco, apuntó a la sombra que vio salir de entre los árboles y liberó la flecha de luz.

La bestia bípeda, con cabeza de lobo y cola de serpiente, corrió unos metros y cayó sobre la hierba, dejando un reguero de sangre oscura detrás. Glimmer azuzó a su caballo y se detuvo junto al monstruo. Algo o alguien lo había herido en la espalda, pues su flecha jamás podría dejar los cortes que ella reconoció entre los omóplatos hirsutos.

Más bestias corrían hacia Glimmer. Se apartó del camino, preparó una nueva flecha y tiró, pero la media docena de lobos-serpiente que traspasaron el robledal hacia el campo se desplomó sobre el pasto antes de que la segunda flecha se clavara con un destello en la bestia más cercana.

―¡No te escaparás de mí! ―dijo una voz entre los árboles. Una voz de hombre.

Glimmer ya estaba frotando por tercera vez las piedras de polvo de luz, cuando un corcel salió a toda velocidad del bosque. El alazán dio media vuelta y se detuvo. El jinete blandía una espada con la que apuntó al frente, hacia los árboles. ¿Quién era este guerrero aparecido desde la oscuridad del robledal?

―¡¿Estás loco?! ―Glimmer cabalgó y se colocó a un largo de caballo de él, con el arco tensado y listo para tirar―. ¡Extranjero, te matarán!

―¿Ah, sí? ―El jinete, de pelo azabache y ojos azules, le sonrió con descaro―. Ya veremos.

Envainó la espada, taloneó al caballo y se lanzó al galope hacia el bosque a la vez que un lobo-serpiente saltaba desde la oscuridad, las garras listas para despedazarlo. El jinete se paró sobre los estribos, desenfundó una pistola y, usando el antebrazo para estabilizar el arma de impresionante cañón, disparó contra el pecho de la bestia. El disparo le dio en el pecho y le destrozó la espalda regando la tierra con fragmentos de pulmón y costillas. Poco después, el monstruo cayó inmóvil entre sus congéneres.

Glimmer, sin soltar la flecha, se acercó cautelosa a la bestia, tendida sobre un flanco: fuera lo que fuese lo que el jinete le había disparado, la bala le había dejado intacto poco y nada del tórax. Entre la masa informe de la espalda, logró distinguir una mancha plateada, como una luna llena del tamaño de una toronja, que debía de ser la huella de aquel letal proyectil.

―¿Con qué lo has herido? ―preguntó ella, y volvió su atención a las tinieblas del bosque. El jinete se hallaba otra vez a su lado―. Se levantará y volverá a atacarnos.

―¿Levantarse? ―El muchacho negó con la cabeza―. No lo creo. Nuestro compañero Cazador diseñó estos cartuchos, y no hay demonio que se resista a sus armas.

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora