Capítulo XIV

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   La oscuridad de la espesura se iluminó con decenas de ojos azul cobalto, chispeantes como las cintas de luz con que se defendían las guerreras, feroces como el filo de alabardas y espadas en incesantes mandobles.

   Maud, a pie como la mayoría de quienes combatían allí, alejó a un serpen-volk con un lazo de su cinta. Canalizó su Fuego interno y aumentó la intensidad del calor, y provocó que el monstruo se retorciera entre gruñidos. La bala de plata que le acertó lady Rynfer desintegró al serpen en cenizas.

   Un lobo-serpiente del tamaño de un perro saltó hacia el pescuezo del caballo de Voryanda. La nóckut se paró en la silla, restalló el látigo y atrapó al serpen por el hocico, a poco de que las mandíbulas se cerraran en torno al cuello de la cabalgadura. Con la otra mano, disparó la bala de plata. Un serpen menos.

   ―¡Abajo, Voryanda! ―le ordenó Exan Deil.

   Rynfer se arrodilló en el lomo del corcel, y sobre ella sintió la sombra de un gigantesco serpen-volk que había saltado para atraparla. El Cazador corrió y saltó al encuentro del lobo-serpiente, y con un golpe en la quijada lo tiró a tierra.

   Maud terminaba de arrancar su espada de las vértebras de otro serpen, cuando se giró y vio a Exan inmovilizando con la mano a la enorme bestia sobre la tierra. El demonio no se rebelaba: las garras y la cola viperina se tensaron paralelas al cuerpo, y los ojos de lobo, tan humanos a la vez, se fijaron en Exan con impotente furia. Sin soltarlo, el Cazador le abrió la garganta y el tórax con su cuchillo de hoja de plata, y se detuvo en el corazón. Solo asomaban la guarda y la empuñadura de entre el pelo hirsuto.

   ―Maud ―dijo Deil, apartándose para cederle el honor de rematar a aquel ejemplar de serpen-volk.

   Ella envainó la espada, dio un paso con las chispas de fuego carmesí ya listas sobre su palma, extendió el brazo y, sin tocar el cuchillo, lo envolvió con esa energía. Vio la hoja encendida, el resplandor candente a través de la carne, igual que el ámbar rojo atravesado por un rayo de luz. El serpen-volk estalló en diminutos rescoldos.

   Exan recuperó su cuchillo de entre las cenizas, y sonrió satisfecho a Maud.

   Alrededor de ellos y de las demás nóckuts, los serpen que los habían recibido y que lograron sobrevivir a la matanza se dispersaban ahora a lo profundo del robledal. Y Maud intuía la razón de repentina desbandada.

   A medida que los jadeos y los gruñidos de los serpen-volks se alejaban, percibió con más claridad la nueva energía que había crecido dentro de ella. El combate reciente la había encendido. Junto a su Fuego interno, algo sombrío y tentador le susurraba que aún era capaz de demostrar mayor poder.

   Recordó el duelo que mantuvo esa mañana con Exan, en particular aquel fuego oscuro que estuvo a punto de estrangularla. ¿Era ella capaz de conjurar un poder similar? Por primera vez se preguntó si había sido lo correcto tomar prestada una porción del secreto que Exan Deil ocultaba.

   De igual manera se cuestionó la libertad que ella le había concedido a Bliss para resguardar a la niña vidente. Bliss no podía controlar el fuego: ¿por qué le había insistido tanto en acompañar a los Vonzepp al bosque? Y Maud había accedido.

   "Vencimos a los serpen-volks ―se dijo Maud, y se detuvo a mirar a su aliado Cazador―. ¿Cuál será el precio real del poder que recibí de este hombre, que no es ni humano ni nóckut?".

   ―No dudes ahora, Maud ―le dijo Exan. ¿Es que acaso, además de su corazón, también podía leerle los pensamientos?―. Mira a tus guerreras ―siguió diciendo el Cazador, y con un gesto abarcó a las doncellas que recogían dagas perdidas y que ayudaban a compañeras lesionadas―. Están esperando a la líder de las Zalaty. A su reina.

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora