Capítulo XVI

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   El dolor era incontenible. La energía pírica, abrumadora. Maud bajó la hoja de Ceartas y la hundió en el cráneo de Asmódey.

   Un rayo dorado iluminó las corazas de sus lanceras, poco más de una veintena de nóckuts que se mantenían firmes a su alrededor. Con las lanzas apuntando al frente y sosteniendo los escudos de jaspe rojo y acero, se protegían de las lenguas de fuego negro que escapaban del cuerpo de Maud.

   Fuego negro.

   El tiempo se había detenido para Maud en el instante en que Ceartas atravesaba el cerebro de Asmódey. Sola en la más completa oscuridad, y sin soltar la espada, ella se observó el cuerpo: sus manos y los brazos desprendían un calor que le era difícil soportar, y transpiraba espirales de fuego del color del carbón.

   Te he prestado mi poder para que derrotes a tu enemigo con tus propias manos.

   La voz de Exan Deil dentro de su cabeza le recordó el compromiso que había asumido para proteger la aldea y asegurar el futuro del clan.

   "¿Por qué me rechazaste, cazador de almas? ―pensó Maud―. Te ofrecí reinar junto a mí, expandir las fronteras hacia tierras apestadas de demonios para someterlos y expulsarlos. ¿Acaso mi poder y mi voluntad no son suficientes para convertirme en tu compañera?".

   No eres lo que busco, Maud. No todavía.

   "Te prometo que lo seré, Exan Deil".

   Asmódey, convertido en un serpen-volk bípedo con el cráneo partido en dos, intentó una defensa desesperada bajo el peso de las cadenas de plata y fuego negro. Se agazapó contra la tierra, saltó hacia Maud y retorció el cuerpo en el aire de modo que las cadenas restallaron cerca de Koli y de ella. Maud protegió a la muchacha con su propio cuerpo, resistió los zarpazos en brazos y las piernas mientras oía el chirrido de las uñas contra los brazales, los quijotes y las grebas de acero y oro.

   ―¡Que el Fuego Infernal ahogue tus miserias, Asmódeo, esclavo del Inframundo!

   Levantó la espada, soltó la empuñadura de la cinta de fuego, y con Ceartas blandida a dos manos dio el golpe final en el cuello de Asmódey.


   Kolenka Vonzepp abandonó el control de los hilos de plata, y cayó sobre una rodilla. Empleó sus últimas fuerzas para convertir la empuñadura del látigo de fuego, ahora libre del control de la reina, en una estaca de plata.

   Las cadenas que retenían al brujo decapitado se agitaron como tentáculos furiosos. Voryanda corrió hasta la muchacha y la apartó a tiempo de que una de las cadenas la golpeara.

   ―¡Koli! ―La arrastró lejos de la luz y el calor que irradiaba Maud. Dos de las lanceras rompieron el círculo y se plantaron delante de ellas, protegiéndolas con los escudos en alto―. ¡Koli, abre los ojos! ¿Estás bien?

   Gávril apareció junto a Rynfer.

   ―¡La estaca, señorita Rynfer! ―dijo Vonzepp―. Debes clavarla en el corazón del demonio. No te preocupes por Koli: yo la sacaré de aquí. ―Levantó a la chica desmayada y la llevó hacia donde aún reposaba Alan.

   A Voryanda no le quedaban dudas de que Koli y Gávril habían recibido instrucciones por parte de Exan para actuar esa noche, desde la fabricación de la empuñadura de plata hasta las cadenas infernales de plata y la estaca. Llegó el turno de sumarse a la expulsión definitiva de Asmódey de esta tierra de guardianas nóckuts.

   Sin soltar la espada de Valken, recuperó la empuñadura de la cinta de luz, transformada en estaca, y saltó sobre el cuerpo descabezado de Asmódey. Esquivó un golpe con la hoja. En medio de la vorágine de cadenas sacudiéndose que Maud se esforzaba en dominar con sus propias cintas de fuego oscuro, Voryanda asentó los tacos de las botas en el pecho del demonio y clavó en el corazón la estaca de plata.

Sangre nóckut - Arco 3: En tierra de guerreras -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora