Capítulo 6.

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Luego de terminar los deberes, bajó a comer. La cena fue incómoda, ya que Joey y ella se fulminaban con la mirada como si no fueran hermanos, menos mellizos. Chantal estaba preocupada, podía notarse a las leguas, por lo que Opal intentó con toda su fuerza no arrastrar su silla, levantarse e irse de aquella mesa. En cambio, Joey se levantó cuando su plato estuvo completamente vacío, y luego de decir «buenas noches» se encerró en su habitación.

-Escuché los gritos -murmuró su madre antes de tomar un poco de agua.

Opal soltó un bufido mientras recargaba su espalda contra el respaldo.

-Lo siento, pero últimamente me saca de mis casillas -se disculpó con una mueca.

Chantal soltó una leve risa.

-No tienes porque disculparte -dijo -, eres humana, no pretendo que no explotes algún día.

-Explotar se esta haciendo un habito para mi ya.

-Era hora, porque me preocupaba que siempre te lo guardes todo -sonrió, haciendo imposible a Opal no corresponderle.

Entre las dos levantaron la mesa, lavaron los platos y secaron. Luego de darle un beso en la mejilla a su madre, se dirigió a su cuarto para ponerse a dormir. Se quitó la ropa y se colocó un pantalón corto de seda gris y una remera de tiras del mismo color y tela. Pasaron los minutos, y Opal no consiguió siquiera adormecerse. Dio vueltas en la cama, pero siempre terminaba mirando su techo azul.

Su cuarto seguían intacto de cuando lo eligió a los doce años. Su padre y ella habían pintado las paredes de un verde aqua mientras que el techo lo pintaron de un azul oscuro con pequeños puntos blancos que se hacían pasar por estrellas. De niña, Opal estaba obsesionada con el cielo nocturno, mirándolo desde la ventana o del patio trasero, por lo que cuando le dijo su idea a sus padres, no pudieron decirle que no. No se arrepentía de esa elección de colores, que se contrarrestaban bastante, porque mirar al techo, simulando ser el cielo, le hacía recordar a su padre, algo que no se negaría a hacer nunca.

Comenzó a soñar con estrellas, recuerdos viejos y tal vez inventados, y sonidos constantes hasta que se dio cuenta que aquel ruido provenía de la realidad, más específico, de su celular. Con ojos entrecerrados por la luz que desprendía el aparato, miró que tenía un mensaje nuevo. Curiosa, apretó la pantalla táctil donde el número desconocido estaba escrito y un uno a su lado. De inmediato, se vieron los mensajes anteriores, mensajes que Opal intentó ignorar.

Mañana te llevó a la biblioteca yo.

Aquello hizo que Opal tenga ganas de gritar.

Hicimos un trato: yo era tu coartada y tu me dejabas en paz.

Se mordió el interior de su mejilla como gesto nervioso y ansioso en el tiempo que Athan tardó en contestar.

Cierto, lo hicimos. Lastima que yo no siempre sigo las reglas.

A los segundos de leer ese mensaje, llegó otro.

Mañana en al aparcamiento N°3, espérame ahí.

Opal tecleó la respuesta, pero luego prefirió no hacerlo por lo que lo borró y dejó su celular en la mesa de noche.

Siguió mirando el techo, pero su mente estaba ausente, quemandose de tanto pensar. ¿Qué quería de ella? Esa podría ser la pregunta más frustrante de todas las demás. No se le ocurría el por qué de sus acciones, porque no tenían sentido. Pero podía asegurar que daño no le haría, había tenido el tiempo suficiente a solas con ella como para hacerlo. No sentía miedo hacia él, al menos, ya no. Pero la curiosidad por... todo Athan se estaba arremolinando en su interior como una bola enorme. Y como siempre su padre le había dicho de niña: la curiosidad mató al gato. ¿Qué le quedaba a ella?

The Guy of Tattoos© (Cancelada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora