Batalla de la venganza
Reino de Santlown, ducado de Coltact, condado de Winzer, cercanías de Castletown
Colinas del Bosque Nocturno, campamento de Santlown
Oscar estaba nervioso; se encontraba nervioso por lo que iba a ocurrir el día de hoy. Este día se iba a enfrentar a la Horda de Aulelar, la mayor amenaza que sufría su pueblo desde las guerras civiles que hicieron sangrar el reino durante siglos hasta que vino su casa y pudo reunificar el casi extinto reino de Santlown; desde entonces gobernaron y protegieron las tierras de lo antaño fue un poderoso reino, ahora estando delimitado a la mitad de su tamaño real.
Si perdía esta batalla los orcos marcharían sin problemas y sin oposición por el ducado de Coltact, teniendo cerca Winzer a unas cuarenta millas de distancia. Y si caía la capital del condado, lo único que habría para detenerlos sería la ciudad-fortaleza de Kütterbemg; sus gruesos muros y poderosa guarnición tendría que emplearse a fondo para detener el arrollador avance enemigo multiplicado por la victoria sobre sus fuerzas, y siendo ese otro intento de detenerlo en batalla, pero para el monarca no le interesaba luchar tan alejado de la frontera; la batalla ocurriría aquí y ganarían, no tenían otra opción.
Por otro lado, si ganaban el enfrentamiento destruirían el ensoñamiento de construir una Horda de las de los tiempos de antaño; cuando sus huestes acabasen con ese orco llamado Aulelar la paz reinaría por largo tiempo para su reino; no habría ninguna amenaza con capacidad para hacer daño a sus dominios, por lo tanto, y para prevenir, luego de la victoria invertiría grandes cantidades de dinero para reforzar las fronteras ya que desde los tiempos de su bisabuelo, Oscar V, el Rico, no se habían reforzado como debían, por esa razón dependían mucho de las órdenes de caballería que se estacionaban en los ducados fronterizos, y eso no le agradaba en nada a Oscar; la mayoría de los grandes maestres de las órdenes de caballería eran unos cretinos y ambiciosos, no paraban de intentar encontrar cualquier pequeña brecha para incrementar la dependencia a sus caballeros y templarios.
También sabía que esta batalla serviría para mantener su reinado, los ducados de Kefferer y Lustenein estaban cada vez más en rebeldía contra la corona; la maldita arrogante y ambiciosa duquesa Anselma no había enviado a una parte considerable de sus fuerzas. Por supuesto la conocía a la perfección, aprovecho que les dijo a los vasallos en la reunión que tuvo con ellos para pedir que levantasen a sus banderizos que le enviasen lo que quisiesen, pensando en su cabeza que acudirían bastantes hombres por temor a los orcos, pero la duquesa de Kefferer, tan lista como se esperaba, solamente convocó a una parte de las tropas estatales a su mando y puso a su cuñado, Roland Koeppen, para dirigir esa misma fuerza armada en su nombre; parecía ser que tenía miedo de dañar su piel de porcelana con la sangre de sus enemigos.
Tan solo con pensar en Anselma la rabia inundó al actual rey de Santlown. No llegaba a comprender la casi nula importancia que le daba a sus súbditos; ellos la sustentaban pagándole impuestos y siendo sus hombres en la guerra, por lo tanto, no le llegaba a su cabeza como dejaba que se pudriesen y malviviesen en las calles de Aldethem u otras ciudades, pueblos o fortalezas. Su nulo interés en mantener un cierto nivel de vida de sus vasallos le podría llegar a provocar una guerra civil para quitarla del poder, forzándolo a intervenir para apaciguar las tierras cedidas a su casa y restaurar la paz en la región.
Con todo eso en mente se preparó para la batalla en su tienda, poniéndose la armadura que llevaba siglos en la familia, pero que por cada gobernante se modificaba para ponerla en la anchura y estatura del gobernante de turno; el último antes de ponérsela fue su madre, la reina Katarin II, la Guerrera, una reina fantástica que tuvo que regir el reino recordada por la gente como la última del periodo conocido como los Reyes Inútiles, una lista de familiares que llevan casi a la bancarrota la economía del reino y la humillación en el caso de las fuerzas armadas. Pero su madre no fue como sus anteriores gobernantes, ella recuperó la economía reconstruyéndola lo mejor posible y reestructuro la cadena de mando y el material bélico de sus soldados, generando una gran popularidad y carió hacía ella por parte de todo el mundo. El pueblo llano, sobre todo las clases más bajas de la sociedad, la adoraban y veían como las políticas de su reina mejoraban sus tristes vidas; mientras que los nobles la llegaron a respetar y temer por partes iguales al ser una maestra de la política, destruyendo a sus enemigos en la corte tranquilamente, como de un asesino lanzándose sobre su objetivo en silencio con la Luna como testigo del acto.
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El azote de la horda
FantasySiglos hacía desde la última aparición de una Horda de orcos semejante a la que azotaba hoy en día las Tierras Yermas. Cientos de caudillos de esta sanguinaria y grotesca raza se han alzado para unir a todo su pueblo en una marea imparable de muerte...