VEINTE

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El inicio de la caída

Reino de Santlown, ducado de Santlown, condado de Santlown

Santlown

La antaño orgullosa ciudad de Santlown, la capital del reino del mismo nombre, se despertó de manera extraña, aunque la anormalidad se había convertido en la nueva normalidad desde hacía unos meses.

Las nubes traídas por la noche y la luz de la luna eran despellejadas por los rayos del sol, pero mantenía un halo de la espesa blancura de la que fueron desafiando las órdenes del sol. Bandadas de pájaros de alas blancas fueron batiendo con fuerza formando círculos de figuras negras diminutas que obstaculizan la labor de la luz solar en desterrar la oscuridad de la ciudad.

El aire era forzado a adentrarse en Santlown a partir del puerto envolviéndose con un salado y marino olor desagradable; esos fuertes vientos atravesaban las calles, descolocaban y destrozaban tenderetes y golpeaban las puertas y ventanas de los edificios.

Poco después, de repente, la ciudad se convirtió en una gran chimenea expulsando estelas de humo negro y carbonizado de los hogares de sus huéspedes al despertarse; luego de que las ventanas se abriesen y el calor del fuego del hogar se enfrentase en una lucha encarnizada con el frío viento marino del puerto, las mujeres y hombres desayunaron, se vistieron y se fueron a sus oficios intentando llevar una vida lo más normal posible con las circunstancias que estaban viviendo.

Miles de personas fueron marchando arrastrando los pies por el suelo hasta los cuarteles y puntos de vigilancia de la guardia de la ciudad para comenzar el entrenamiento matutino que seguiría a otros por el resto del día. En minutos bloques de soldados armados con picas, lanzas, espadas o hachas comenzaron sus entrenamientos; por otro lado, los destacamentos de arqueros y ballesteros cogieron sus acos y ballestas e iniciaron los lanzamientos a los blancos; intentando imaginar que eran los orcos de Aulelar a un par de metros de distancia.

También los miembros pertenecientes a la guardia de la ciudad, tropas estatales, levas levantadas anteriormente y las órdenes de caballera se fueron preparando para la batalla que decidiría el destino de la ciudad y el reino; Volker Fleischman ha estado noches sin dormir desde la derrota en Kütterbemg.

Esa humillación ante los orcos que provocó la muerte de su hermano menor Wielard causó un cambio en las estrategias del General del Este, ya que perdió a la mayoría de la caballería en una carga desastrosa y orgullosa, que finalmente no tuvo ningún efecto en el destino de la contienda contra la Horda de Aulelar.

Pero una cosa que agradecían todos los soldados que componían la guarnición fue la permanencia de los restantes enanos para luchar contra la Horda de Aulelar. Ellos todavía contaban con fusileros, por tanto, eran la mejor infantería de proyectiles con la que contaban en estos momentos; sus descargas de pólvora podían barrer filas enteras de enemigos en meros segundos; su infantería regular era acorazada y podía suponer un muro de acero y carne difícil de acabar con ellos en puertas o calles. Y, finalmente, la joya de la corona de sus aliados eran los martilladores que componían la guardia personal del rey Urumm, Barba de Hierro, capaces de pulverizar a enemigos con sus martillos de guerra.

Marcharon desde la Mina de los Diamantes Negros hasta el ducado de Coltact para salvar a su pueblo, humanos que solo comerciaban por ellos para explotar los recursos con los que ellos contaban y que les tenían una envidia por su resistencia y fuego. Pero parecía que dejaron de lado ese caldo de problemas y viejas rencillas —algo sorprendente en su raza—, y decidieron luchar a su lado por su vieja alianza.

La defensa se preparó lo mejor posible para combatir contra la Horda de Aulelar en la ciudad, se esperaban librar luchas encarnizadas por las murallas, las puertas, las calles y callejuelas y las plazas de los mercados; Volker rezaba a Dereiro cada día para que les sonriese en la batalla venidera y diese su visto bueno en estos momentos tan aciagos.

El azote de la hordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora