DIECISÉIS

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Disputas de barbas

Reino de Santlown, ducado de Kefferer, condado de Watterburg

Orillas del Gran Tormenta

Desde su victoria contra los orcos en medio del camino entre su reino en la Mina de los Diamantes Negros y el ducado de Coltact, los enanos no habían parado de caminar y recorrer grandes distancias encontrándose lo mismo: un paramo desolador, repleto de cadáveres, edificios derruidos y sangre seca. Por donde pasaban ya había pasado la grotesca Horda de los orcos.

Con ese pensamiento en mente el rey de los enanos, Urumm, Barba de Acero, no había parado de exigir a su pueblo un sobreesfuerzo para recorrer las distancias repletas de cadáveres, las ciudades, fortalezas y pueblos destruidos y arrasados por el fuego y la muerte y caminos polvorientos para intentar llegar con el ejército humano y destruir a la hueste invasora que arrasaba las tierras de sus aliados.

Por un momento los kazarawis pensaron que su misión había sido un fracaso, que la Horda de Aulelar había conseguido su objetivo de anhelar la vida de toda persona en el reino de Santlown hasta que, bastante profundo del ducado de Kefferer, ya transcurrido el Puente del Batallador, se toparon con una aldea que no había sido arrasada por la Horda. Eso llenó de júbilo y esperanzas a los cansados kazarawis que pensaban que podrían descansar y obtener valiosa información para ayudar a sus aliados en estos momentos tan oscuros que estaban viviendo.

Pero la esperanza murió en el mismo momento que el alcalde del poblado, un anciano de cincuenta años, les comunicó con pesar las funestas noticias que les habían llegado semanas antes de la llegada del ejército de los enanos. En ese momento Urumm y sus generales se enteraron de la Batalla de Winzer y de la muerte del rey Oscar VIII. Esa noticia fue como si les hubiera tirado un balde de agua fría a la cara. El monarca que les había pedido ayuda había caído en combate a manos de su enemigo, ni siquiera la victoria que había conseguido contra los orcos había servido para apoyar a los humanos. Luego se les informó de la devastación del ducado de Coltact que vieron a su paso y de la derrota aplastante en Kütterbemg, con la huida de Volker Fleischman y los restos de la ciudad hacía el oeste, hacía la Ciudad del Mar.

Esta nueva información descolocó por completo los planes del rey enano, ya que pensaba unir sus fuerzas con el ejército del rey humano y derrotar en batalla a la hueste invasora de los orcos. Varios de sus generales le aconsejaron que se rindiese en su anhelo de vengar la muerte de Oscar el Diplomático, que ya no podían hacer absolutamente nada por sus aliados y que regresasen a sus hogares para prepararse para la batalla contra Aulelar y que, durante la espera seguramente llegarían caravanas de refugiados de todo el reino humano para ser acogidos y salvados de una muerte grotesca y brutal.

Pero otras voces le dijeron que no abandonase la empresa y que continuase la campaña para acabar con los orcos; que era posible que el General del Este y los restos de sus fuerzas se reagrupasen con un nuevo ejército y plantasen batalla a la Horda de Aulelar en campo abierto, en un terreno favorable o en la mismísima capital del reino.

La discusión para saber que hacer fue acalorada y subiendo de tono en los tres días que duro; unos tres días valiosos que fueron desperdiciados en una arrebato de palabras que terminó con el rey, lleno de rabia al ver a su pueblo discutir entre sí, levantándose de su asiento y golpeando con su hacha de guerra la mesa que tenía delante.

—Nuestro pueblo esta lejos de casa y nuestros aliados se están descomponiendo mientras hablamos —dijo el rey mientras escudriñaba una mirada que estremeció a todos los señores enanos allí presentes, incluida la guardia personal del monarca—. Estamos perdiendo un tiempo valioso que no podemos permitirnos despreciar de esta manera con burlas discusiones. Soy el rey de la Mina de los Diamantes Negros y, por tanto, yo decidiré que hacer con mi ejército y mis hombres. Los humanos nunca nos han abandonado en cuando hemos tenido problemas y, ¿ahora nosotros pensamos abandonarlos al pensar que ya han sido derrotados? Eso es una locura que no pienso tolerar. Si queréis regresar al hogar, adelante, hacedlo, pero tened en cuenta que cuando acabé con Aulelar tendré vuestras cabezas en una pica.

El azote de la hordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora