DIECISIETE

12 4 0
                                    

Batalla de la Barba

Reino de Santlown, ducado de Kefferer, condado de Watterburg

Orillas del Gran Tormenta, campamento del rey Urumm

La luz comenzaba a ponerse en el horizonte anunciando el inicio de un nuevo día; los enanos empezaban a levantarse de sus camas improvisadas y nada cómodas en las cuales dormían desde el inicio de la campaña para apoyar al reino de Santlown.

Lentamente, empezaron a lanzar bostezos al aire y rascarse sus barbas desaliñadas y desarregladas al mismo tiempo que se tallaban los ojos para acostumbrarse a la luz solar que les atacaba directamente a la vista. En pocos minutos el campamento de la hueste de Urumm, Barba de Acero, se convirtió en un hervidero de actividad, como si de una ciudad se tratase.

Poco tiempo después unas columnas de humo negro carbonizado se alzaban desde las hogueras en las que se cocinaba un estofado como desayuno para el ejército. El humo se erigía orgulloso e imponente hasta que unas rachas de viento los disipaba con fuerza o los desplazaba hacia el norte, dirección Colina del Oso o más allá.

Las antorchas desplegadas a lo largo del campamento eran apagadas al carecer de utilidad en estos momentos hasta que la luna se alzase para tragarse el cielo con su oscuridad de nuevo, momento que serían útiles. Unos gritos y bramidos estridentes acompañados con notas sonoras de unos cuernos anunciaban que el desayuno estaba hecho. Al segundo después un mar de tres mil enanos cansados y hambrientos salió de sus tiendas arrastrando sus pies por el suelo verdoso, haciéndole cosquillas, para obtener su ración de comida. Solamente rezaban para que el cocinero hubiese atinado mejor que el desayuno de ayer.

Rápidamente, ese tumulto de soldados recibieron su parte de la comida cocinada con la que tendrían que durar hasta acampar de nuevo, ya que el rey Urumm no se detenía para la hora de la comida.

A lo largo del campamento de los kazarawis cogían su plato y se reunían en grupos de entre diez y quince soldados para comer tranquilamente en compañía.

Primeramente, observaron su alimento: un cuenco de madera relleno de un estofado de patatas con algo de carne, unas piezas de chorizo con un caldo cada vez más aguado que el anterior y acompañado de una rodaja de pan seco y duro, dos lonchas de queso grasiento y una jarra de cerveza algo caliente y mohosa.

Los kazarawis observaron su desayuno con una mueca de desaprobación y asco; llevaban soportando una caída en la calidad de los alimentos que ingerían de manera gradual por cada palmo de tierra que recorrían en Santlown.

—¿Crees que los thariks intentarán algo contra nosotros? —pregunta uno de los soldados de la tercera compañía de infantería del clan Hombres de Acero a uno de sus compañeros de la quinta compañía de infantería del clan Barba Larga.

—Si te digo la verdad ya me estoy hartando de que ese monstruo del Inmortal no nos haya atacado desde nuestra victoria. Era como si no le importásemos o fuésemos una amenaza para él. Ni ha lanzado una miserable escaramuza. —le respondió con dureza y estrechando sus ojos con furia. Los exploradores del ejército que marchaban en primera línea por el día y, luego, ya acampados se turnaban para poder descansar algo y realizar las vigilias nocturnas, no habían avistado ningún movimiento de la Horda de los Picos Malditos.

—Esto es muy raro —dijo otro soldado—, que no nos hayamos topado de nuevo con ellos me preocupa. No es típico de los thariks.

—Bueno —comenzó el enano que había comenzado la conversación para llevarse seguidamente la jarra de cerveza a su boca, dando un pronunciado y escuchable trago y se decidió a continuar antes de entregarse a la bebida—. Por lo que sabemos, Aulelar no es un tharik común. Según los humanos es inmortal y no hay forma de matarlo.

El azote de la hordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora