VEINTIUNO

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La Ciudad del Mar

Reino de Santlown, ducado de Santlown, condado de Santlown

Santlown, Ciudad Baja, muralla central, puerta principal

Los cuernos de guerra de la Horda de los Picos Malditos resonaron a lo largo y ancho de la línea de batalla orca, como el grito de un depredador hambriento delante de su presa, mientras masas indisciplinadas de orcos se precipitaban desde todos los frentes posibles contra la Ciudad del Mar.

Volker escuchaba los repentinos gritos de terror de alguno de sus soldados a lo largo de la línea de la muralla. Sabía perfectamente al peligro que se enfrentaba junto a sus hombres. La hueste que se acercaba con paso veloz a sus posiciones era numerosa, les superaba en número por varios miles de diferencia, pero no iba a retroceder, no se podían permitir retirarse.

Seguidamente, los bramidos marciales de los sargentos, tenientes y capitanes de las compañías de tanto humanos como kazarawis, con la intención de que la disciplina superarse a sus emociones -sobre todo a los santlowanos-, fueron eclipsados por un estruendoso crujido de madera y acero que procedía desde la lejana retaguardia enemiga.

De repente, para horror del General del Este, más de una decena de catapultas surgieron entre las masas de orcos, como si hubieran sido escupidas desde la mismísima madre tierra, para coronar las colinas cercanas a su posición, desde donde se podía observar al Inmortal. Desde la distancia que separaba las piezas de artillería de la muralla se notaba la poca calidad con la cual fueron fabricadas, más bien modificadas, pero eso no quitaba el peligro que suponían.

«Si llegan a disparar los suficientes proyectiles a una sección de la muralla la conseguirán tirar abajo -pensó Volker con seriedad y sus dientes rechinando por la rabia que se apoderaba de su persona-. Para lo único que has servido, Anselma, es para dar armas de asedio a esos monstruos».

A su lado el Estado Mayor se mantenía firme, como bloques de piedra recubiertos de acero que surgían del parapeto de la puerta principal de la ciudad, con la mirada clavada en el frente sin decir alguna palabra. Algunos eran soldados que acompañaron al hermano de Oscar VII a la guerra. Otros, la gran mayoría, consistía en una mezcla entre oficiales de los ducados de Santlown y Wolfemburgo.

-Que nuestra artillería se prepare para descargar una lluvia de proyectiles sobre esos malditos -ordenó el duque de Wolfemburgo para observar como dos de los varios capitanes que se apiñaban a su alrededor salían corriendo disparados desde el bastión que había en la puerta; luego de recorrer varios metros de muralla comunicaron su orden dictada a los oficiales de sección; después estos transmitieron las directrices a las dotaciones de artillería, para que ellos comenzaran los preparativos para disparar una salva de dispararos sobre los orcos.

Mientras tanto, la Horda de los Picos Malditos marchaba sin freno hasta el frente; no paraban de proferir gritos de guerra, enarbolar los estandartes de las distintas tribus que formaban parte de la Horda por encima de las cabezas de los orcos y provocar un estruendo molesto producto del terremoto de pisada que, junto a una estela inmensa de humo marrón que dejaban en su caminar, imponía a los defensores de Santlown.

-¡Arqueros! -bramó Volker para escuchar el característico sonido del tensado de los arcos producto del esfuerzos de los músculos humanos, que se preparaban para lanzar una descarga de flechas sobre sus enemigos; podía ser y estaba seguro que los proyectiles más cercanos a las secciones comandadas por Lord Otto y su hermano Hedwig no llegarían a escuchar su orden, pero ya se encargarían de llegarles la orden los arqueros al tensar sus armas junto a sus oficiales, que lanzaban poderosos bramidos al aire.

El azote de la hordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora