TRES

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Batalla de Castletown

Reino de Santlown, ducado de Coltact, condado de Winzer, Castletown

El pueblo de Castletown siempre había sido un poblado tranquilo al lado de la frontera. Nunca se habían preocupado por las amenazas exteriores al Reino de Santlown, ya que desde la capital siempre reforzaban los puestos fronterizos cada cierto tiempo agrandando el número de guardias fronterizos para la protección de las rutas comerciales y a los pobladores al lado de la frontera con otros reinos o tribus de orcos.

Era un pueblo que se dedicaba al cultivo de grano que le daba facilidades gracias al río Gran Tormenta, con lo que se podían permitir una parte del terreno cultivable dejarlo para que el ganado pasturase tranquilamente. Aunque contaban con una fuerza armada, no eran como otros pueblos fronterizos que el alcalde se esforzaba por mantener una guarnición disciplinada y lo mejor armada posible dentro de sus posibilidades. Ellos solamente contaban con ese pequeño ejército porque era lo mínimo establecido en las leyes del Reino que impuso el Rey Oscar V, bisabuelo del actual monarca que sustenta el mismo nombre. Dicho decreto real decía que todos los núcleos de habitantes en la frontera tenían que tener como mínima una fuerza de trescientos guardas para su protección, y en caso de guerra que tendrían que unirse al ejército real para la defensa de sus tierras.

Ahora, por desgracia, se lamentaban no tener una hueste lo mejor preparada para lo que se les venía encima. Desde las lejanas colinas de los Gramos se les apareció una funesta y oscura horda de orcos con sus estridentes gritos, cuernos de guerra resonando con gran fuerza y sus estandartes danzando con una marcha que prometía sangre.

El grito de alarma se extendió rápidamente para que las tropas que defendían Castletown pudiesen desplegarse para detener el avance enemigo, sin embargo, los monstruos de los Picos Malditos se llevaron ya a varios campesinos que no pudieron escapar de las armas y dientes orcos. Los ciudadanos asustados huyeron con lo poco que pudieron agarrar deprisa en dirección hacia la Fortaleza del Ojo Aullante para guarecerse de los peligros que suponían el enemigo que se abalanzaba sobre ellos con una furia imparable.

Al parecer mientras las tropas estatales junto a los guardas se preparaban para la batalla, había ápices de actividad dentro del hogar de la Orden de los Templarios del Destino. Las puertas de su fortificación fueron abiertas y unos ciento cincuenta caballeros portando armaduras pesadas, espadas guardas en sus cintos, escudos de madera reforzados, largas lanzas y caballos con barba salieron para socorrer a sus compañeros en la lucha que se les cernía sobre sus hombros. Mientras la mayoría de la Orden se desplegaba para la batalla a galope tendido, dentro de la Fortaleza del Ojo Aullante se quedaban los restantes cincuenta caballeros, con la mitad de ellos en el patio de armas para su protección y el resto desplegados a lo largo de la muralla para ver si habían enemigos por algún otro flanco que sus camaradas no habían avistado y anunciarles del posible peligro.

Los defensores de Castletown se extendían para combatir contra los orcos formando el núcleo de su diminuto ejército con las tropas estatales en el centro, los guardias ciudadanos en los flancos y los guardas fronterizos empuñando sus arcos en la retaguardia junto a los ballesteros del centro. La idea de su líder, el capitán Archibald Bamberger – un hombre de estatura media, pelo y barba rubios como los rayos del sol en pleno apogeo, ojos azul cristal -, con su mal genio y actitud regia había conseguido preparar a los miembros de las tropas estatales que estaban al cargo de la defensa de Castletown en una fuerza digna de temer y que no pudieses confiarte al ser débil en número, por lo que su plan era que aguantasen todo lo posible hasta la llegada de los Templarios del Destino que arrasarían a sus enemigos sin contemplaciones.

No obstante, lo que no contaba Archibald era que Aulelar no hubiese lanzado a todos sus guerreros en una única oleada. Lo que el chamán de los Picos Malditos había ideado era una primera ofensiva con un millar de efectivos, mientras que el resto se preparaba para entrar en combate en sucesivas oleadas dejando para el final a los jinetes de lobo al mando de Valdok. De esta manera, el joven caudillo se aseguraba de romper la moral y las esperanzas de este pueblo de manera lenta y calculada. Él no quería que sus ganas de luchar se rompiesen a la primera, no, lo que el hijo de Amgroc quería que sufriesen y que su valor fuese combado lentamente.

El azote de la hordaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora