Lluvia de dolor
Reino de Santlown, ducado de Kefferer, condado de la Colina del Oso
Camino del Mar
La noche ya comenzaba a surgir en el horizonte de la caravana de refugiados que huían escapando del horror que tuvieron que presenciar en Kütterbemg. Las defensas no pudieron resistir el asalto de la Horda de Aulelar y tuvieron que finalmente huir, dejando a unos pocos cientos de soldados y las personas que no querían abandonar su hogar atrás y escapar de la tormenta de muerte que se cernía sobre ellos.
En el momento que los últimos rayos del sol comenzaron a desaparecer la marcha se detuvo y se comenzó el montaje del campamento. Miles de personas dejaron de caminar y descansaron durante unos minutos, sintiendo como sus fuerzas se debilitaban cada día y no veían nada a lo que agarrarse salvo a dos cosas: la esperanza de poder vengarse de los orcos y la marcialidad del general Volker.
El duque de Wolfemburgo lideró la batalla por la ciudad de Kütterbemg hasta que vio claramente la imposibilidad de defender la urbe de la amenaza de la Horda de Aulelar. Aún las heridas recientes del combate en el condado de Winzer subió a lomos de su caballo y, acompañado de Adolf Weiskopf, comandó a los pocos caballeros que le quedaban en una carga a inicios del combate para detener el ataque enemigo durante unos valiosos minutos mientras la guarnición entera se preparaba para la batalla que se avecinaba.
—Mi señor, no es su culpa lo que esta ocurriendo. Vos ha luchado con todas sus fuerzas contra los orcos, pero no se encontraba en plenas facultades para el combate; eso de por sí, es una gran hazaña, pero tampoco podía confiar que con tan pocos soldados pudiésemos soportar la avalancha de enemigos —le pronunció Leopold Küttner, Maestre de la Orden los Lobos Sangrientos. El caballero era alguien de estatura media, pelo negro sin arreglar al igual que su frondosa barba que llegaba a conectarse a unas patillas como junglas que acababan al llegar a sus orejas y unirse a su cabello. Sus ojos eran de un azul amarillento, muy exóticos, y desprendían una confianza que el General del Este le comenzaba a menguar en su interior. Desde que salió de Santlown para reunir a sus fuerzas y se reagrupó junto a su hermano para batallar contra la amenaza de Aulelar no había parado de ocurrirle desgracias, derrotas y humillaciones.
—No intentes subirme la moral, Ser Leopold, ha sido mucha suerte que hayamos podido escapar con tanta gente de la ciudad antes de que la marabunta de orcos llegase a la última línea de defensa —le replica mientras observaba con detenimiento el campamento de tiendas de campaña que se formó en menos de una hora y que refugiaba a todos los desplazados de Kütterbemg—. Había prometido a esa gente que los orcos nunca atravesarían sus murallas; luego que no tomarían su ciudad y no asesinarían a su gente. Y todas esas promesas las he roto rotundamente una detrás de otra —comenta mientras comenzaba a desplazarse hacía el exterior de su tienda con una clara cojera producida tras recibir el ataque de un orco que pudo asesinar sin problemas, pero que asesinó a su caballo y le dejó la cojera como permanente recuerdo de su derrota—. Mi hermano Oscar, mi rey, ha muerto en los campos cerca de Castletown; mi otro hermano, esta vez menor, Wielard se encuentra pudriéndose en Kütterbemg descabezado por Hacha de Sangre; y el menor de todos, Hedwig, está herido y postrado en una cama en la tienda que acabó de salir en estos instantes. Mi familia se desmorona y muerte delante de mis ojos y no puedo hacer nada para impedirlo.
La voz del duque era como un río que se quebraba con el paso de las rocas arrancadas en el inicio de su trayecto. Sus ojos se nublaron y la amenaza de lagrimas comenzó a resonar como tambores de guerra, pero Volker se controló emocionalmente y detuvo el agua salada que quería escapar de su cuerpo. Sentía por encima de sus hombros una carga enorme invisible que le hacía sentir una gota de agua en medio de un gran océano de dolor y sufrimiento. Todo lo que había ideado para mantener la paz en el reino habían fallado; sin su hermano, que era el que tenía mejor lengua para la diplomacia, no le llamaban el Diplomático por nada, le era imposible unir a los ducados restantes en un solo frente contra la Horda de Aulelar.
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El azote de la horda
FantasySiglos hacía desde la última aparición de una Horda de orcos semejante a la que azotaba hoy en día las Tierras Yermas. Cientos de caudillos de esta sanguinaria y grotesca raza se han alzado para unir a todo su pueblo en una marea imparable de muerte...