Pequeños Cuentos

Los Dos Extraños del Elevador

Daniel se encontraba acomodando el vendaje de su mano mientras entraba al elevador que ni cuanta se dio de la presencia de una chica pelirroja y un chico de cabello azabache.

El chico vio con una mueca a Daniel, que seguía sin despegar la mirada de su mano con la venda. Solo la levantó cuando el elevador se detuvo de manera abrupta, lo cual lo hizo fruncir el ceño y por primera vez vio a los otros dos. La chica parecía algo desesperada por que la puerta fuera abierta y no dejó de presionar todos los botones del tablero.

- Eso no funciona, es un edificio viejo; tardarán bastante en sacarnos de aquí – comentó Daniel de manera seria, ellos eran dos completos extraños así que no tenía la necesidad de actuar como de costumbre

- ¿Cómo lo sabes? – le preguntó la pelirroja más tranquila

- Vengo bastante a este lugar, es la costumbre

- Soy Derek y ella es Dawn – presentó el chico

- Daniel

Se mantuvieron unos minutos en silencio en lo que Derek no apartaba su vista del chico, Daniel ni siquiera los veía, se concentraba en su celular. Dawn fue la valiente en interrumpir ese silencio algo incómodo.

- Te ves bastante mal – comentó la chica con una mueca

- Nada se te escapa, ¿verdad Sherlock? – le dijo Daniel con sarcasmo, guardó su celular viendo a ambos

- Podrías ser un poco mas amable

- Solo son unos extraños, no confío en los extraños – le respondió Daniel poniendo los ojos en blanco

- Vamos Dawn, él tiene razón, solo estamos atrapados en un elevador no tiene porque contarnos su vida

Daniel alzó la ceja ante comentario de Derek después de todo se veía como un tipo rudo que realmente no le interesaban los demás pero en ese momento parecía querer calmar a su amiga para que no lo molestara más.

Eran un pareja bastante extraña.

El elevador comenzó a moverse de nuevo y llegaron a la primera planta. Daniel fue el primero en salir, giró un poco viendo a esos dos con una sonrisa.

- Fue extraño conocerlos pero por lo menos me entretuvieron – les dijo para después irse y no mirarlos de nuevo