Cuando despertó la luz del sol aún no salía; lo último que recordaba era la cara necrosada de Arakbamel, con sus ojos rojizos a punto de reventar, abriéndose tanto que quizá al final lo hicieron. El cielo que se encontraba frente a sus ojos era oscuro con una tonalidad rojiza, las mantas que cubrían su cuerpo eran suaves y gruesas, probablemente hechas con la piel de una bestia mágica como el vulperia.
Su cuerpo se sentía pesado y los objetos se sentían demasiado grandes, y luego se incorporó, en medio de aquella semipenumbra nocturna.
Se dio cuenta de que sus manos eran pequeñas y algo regordetas, sin las marcas del uso de la espada y las herramientas mágicas, entonces, su corazón se aceleró.
Había funcionado. Había vuelto en el tiempo.
Regresó lo suficientemente atrás como para no salir de la competencia por el trono, como para luchar por cambiar todos los acontecimientos terribles que habían sucedido desde que era pequeño.
Riendo, cubrió su rostro infantil con sus manos,pensando en por qué había sido tan tonto la primera vez que había estado allí; su madre lo deseaba como una heramienta para llegar a su padre, éste último lo ignoró cuando pensó que no podía traer nada para aportar al imperio.
Él, simplemente, salió de ese círculo familiar extraño por su cuenta, a pesar de que su hada estaba completamente enredada entre sus tentáculos. Pensó que quizá ella sería felíz mientras él hacía su vida en algún lugar alejado de Lörien.
En la comodidad de su cama, sabiendo que la soledad y la privacidad de sus aposentos estaban siendo garantizadas por los guardias en la puerta y los circuitos mágicos de seguridad en todo el castillo, bajó sus manos y exhaló un suspiro.
–Or'koros. –rezó con su voz infantil mientras extendía su mano derecha.
Como un niño, se supone, él no tenía pleno uso de sus facultades mágicas. No era si no hasta pasar la fiebre de maná que a un noble se le consideraba un miembro de la sociedad y se le otorgaban los medios para el control de su magia por medio de la iglesia de los siete grandes dioses y el dios supremo. El anillo y el cristal arcano que se ligaban al alma luego de la ceremonia ante los dioses crecían junto con el individuo.
Increíblemente, Igfrid había viajado por el tiempo hasta ser un niño aún poseyendo tanto el anillo ligado a su alma como el cristal arcano. En realidad, él había pensado que al enviar a su sola consciencia al pasado, los objetos que él recordaba haber hecho en el futuro que aún no llegaba podrían no viajar con él, sin embargo, la magia que robó de Akabamel no sólo rompía el tiempo, también lo hacía con el espacio, y era por ese motivo que el libro con las memorias del alma se le presentó con la simple invocación.
Su libro brillante que parecía hecho de cristal, tenía letras doradas. En él, rezaban las memorias que le había extraído a Silvine, esa perra causante de todo su dolor y sufrimiento. Esa estúpida que sólo había sido una marioneta al final.
Su verdadero enemigo se resguardaba en el palacio real, respirando y soñando tranquilamente, siendo tratado como alguien importante para el país.
Incluso si ahora iba y asesinaba al verdadero culpable, sabía que no cambiarían mucho las cosas. Igfrid quería erradicar todo lo turbio con la precisión de un bisturí mágico. La corrupción y los desencadenantes para todo lo que había pasado en la línea temporal que había abandonado no sólo recaía en una o dos personas.
Sobre todo, él quería saber sobre los otros dioses dormidos que Arakbamel esperaba con ansiedad, sobre dónde estaban los cultores del crepúsculo y cómo es que habían sobrevivido en la ignominia por milenios. Ellos eran realmente un adversario que debía temer, si en ésta oportunidad que había robado podía salvar a Canaria, también tenía que asegurarse que nada más interfiera en el futuro perfecto que él debía construir con sus propias manos.
Así se convierta en un héroe, o en un monstruo, todo sería por el bien de ella.
Fue así, que Igfrid Severe D'Tyr inició con su ardua jornada, por el bien de Canaria.
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Un villano puede salvar el mundo por amor
FantasyAsesinaron a su amada, y con ello, todo lo que le daba sentido a su vida. Sumido en la desesperación y la ira, destruye todo a su paso jurando venganza. Robando y matando, encuentra la respuesta a su aflicción, y entonces, rebobina el tiempo. Ahora...