Tandred

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La comodidad que Canaria sentía a la hora de la cena en su hogar era como la de cualquier persona común. Lejos de la danza de la servidumbre silenciosa que llevaba a su mesa platos que ella nunca había visto o soñado con probar en su otra vida, las rígidas reglas que regían los modales en la mesa sobre cucharas, tenedores y esas otras herramientas extrañas que servían para comer los platos hechos con seres con caparazones duros al vapor, hubo algo que la hacía sentirse tranquila y cómoda, y eso era la alegre charla que los miembros de su familia tenían mientras compartían sus alimentos.

Desde el regreso de su abuelo, un día antes de su ceremonia a los dioses, la casa pareció cobrar más vida; cierto era que ella ya estaba siendo demasiado mimada por su padre, quien la cubrió de regalos a su llegada; después, esos regalos se duplicaron cuando el ex duque volvió a la casa principal, agobiándola un poco por tanta atención que recibía cuando el anciano militar estaba en casa.

A él le gustaba mucho su nieta, y no podía esconderlo; cualquier palabra que Canaria dijera con respecto a sus deseos, por mínimo que fuese, era una ley para el general Ikras. Imaginar a un anciano corpulento y de aspecto fiero como él, con un parche en su ojo izquierdo ganado en sus múltiples batallas, sucumbir ante los pucheros y palabras de una niña que apenas y le llegaba un poco más arriba de las rodillas podría parecer irrisorio, pero no lo era en absoluto. En el corazón de Ikras, su familia era lo primero, algo que Nefarian había copiado de su padre adoptivo y suegro un poco después de que llegara a esa casa noble con apenas quince años de edad.

Sin embargo, esa comodidad cotidiana se había esfumado aquella noche. Las caras de Ikras y Nefarian estaban teñidas con pesadumbre a pesar de que trataban de actuar como de costumbre; Aethril, en su siempre sonriente y positivo yo, intentaba aminorar el ambiente denso con una plática común sobre las nuevas tendencias de la moda y los anhelos que tenía de visitar el salón popular del momento con Canaria, pero tristemente, no estaba logrando su objetivo en absoluto.

Hasta que un silencio incómodo se apoderó de los participantes en la cena familiar, tan incómodo como los que Canaria había tenido en el pasado con su madre anterior, y eso le provocó un nudo en el estómago. Sabiendo que algo pasaba, su cabeza gacha se centró en contemplar su postre: una especie de pudín hecho con frutas de aquel mundo. Sin duda, ese era su favorito de entre todos los dulces, pero ni siquiera la vista de aquel postre le quitó la incomodidad.

Por supuesto, ella no era densa ni estúpida, sabía que su familia estaba en una encrucijada y que el silencio se debía a algo que no podían, o no sabían cómo, decirle. Se preguntó si sería mejor ignorarlo todo, decir que se iba a retirar a su habitación y tratar de escuchar a escondidas, o hacerse la niña inocente pero perceptiva que no tiene tacto y tratar de sacarles algo de información con su encanto.

Balanceando las posibilidades mientras la cuchara tomaba una pequeña porción de ese postre lindo de color rosado que llamaban "salessi", pero que ella tercamente denominaba pudín, decidió que la última opción sería la mejor. Además, Canaria realmente estaba preocupada por ellos.

—Papá... ¿pasa algo malo? —Preguntó, con el propio acento infantil que su voz tenía, dejando de lado la cuchara con la que estaba comiendo. Sus ojos aguamarina, preocupados, se fijaron en cada una de las caras a las que ella ahora llamaba familia.

Ikras tosió un poco, nervioso, desviando la mirada; Aethril llevó su mano derecha a su pecho, angustiada. Sin duda, había algo que ellos debían decirle pero que no sabían cómo.

—Canaria, cariño... —Empezó su madre, sin embargo, fue interrumpida por el tacto de la mano de su esposo sobre la suya propia. Mirándose fijamente, con esos ojos llenos de afecto que tenían su propio lenguaje oculto, Nefarian le comunicó silenciosamente que él se encargaría. Con un suspiro, Aethril respondió a la petición de su esposo, y este cerró sus ojos, como si buscara las palabras adecuadas.

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora