El libro que los dioses le dieron

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En la oscuridad de su habitación, ella lloró. La luz de las dos lunas se colaba por las delgadas cortinas blancas e iluminaba tenuemente la alfombra azul cielo de patrones complejos bordados en blanco y plata. En esa gigantesca estancia que se supone era su hogar ahora, se sentía sola. Sentía que había desperdiciado su última vida, ¡ni siquiera había amado como una mujer adulta lo hubiese hecho a su edad! Sin amigos, sin familiares cercanos, imaginó su cuerpo del mundo anterior, descomponiéndose en la soledad y la oscuridad, y la sensación de náusea y enfermedad se asentaron en su pecho y estómago.

Todo lo que estaba pasando era demasiado. Demasiado para su cuerpo pequeño, demasiado para ella misma. Su anhelo, en su anterior mundo, era tener una vida tranquila y sin preocupaciones de dinero; quizá, tal vez y un día también, ¿por qué no?, tener a alguien a quien amar como hombres y mujeres lo hacen.

Sus sueños, esperanzas y anhelos se esfumaron en su vida anterior sin siquiera notarlo, y ahora, ella estaba en un cuerpo que también era suyo pero que no podía aceptar. Al inicio, creyó que era un sueño, pero la gota de sangre que salió de su dedo al pincharse con un tenedor afilado, y por supuesto el dolor, para tratar de despertar mostró que no lo era.

La negación, incluso después de haberse dado cuenta de que ella era la niña llamada Canaria Von Lancet, llegó a su corazón como medio de escape para que su mente asimilara poco a poco lo que tenía que; se había quedado sola en su habitación a petición de ella misma, tratando de buscar una tranquilidad en el silencio de la soledad que asosegara su pecho palpitante de ansiedad.

Y lloró, se abofeteó, pinchó su dedo hasta sangrarse, pero aun así, seguía siendo ella, Canaria.

Toda su vida actual, todo el afecto que sentía por su madre y su padre, aunque éste último pasara largas temporadas fuera, era real. Era tan real y confuso que se sentía mareada y enferma.

Luego de pensar y meditar por horas, cuando las lunas llegaron a su punto álgido, al final aceptó que todo lo que estaba pasando no sólo era real, si no que era su vida. Una vida que estaba segura le habían dado para que no la desperdiciara nuevamente.

Tenía a dos padres amorosos ahora, quienes habían construido su hogar con amor y confianza. También tenía un nuevo cuerpo, sano y bello, ¡sobre todo lo último! No sabía quién, por qué o cómo le habían dado tal oportunidad con una carta premium para un nuevo comienzo, pero debía aprovecharlo.

Amar a sus padres como no lo pudo hacer antes.

Vivir sanamente y sin excesos como no lo hizo.

Ser feliz sin importar lo que las otras personas a su alrededor dijeran.

Esas deberían ser sus nuevas reglas ahora, para no desperdiciar la oportunidad que le dieron.

Más calmada, entonces, se levantó de la mullida cama y se dirigió hacia la ventana. Las estrellas en ese mundo eran completamente diferentes, bastas y brillantes; se dio cuenta entonces que, en su antigua vida desde que llegó a la adultez, dejó de ver el cielo. Podría culpar a la contaminación, también a su arduo y frenético estilo de vida para mantener su trabajo al día, pero sabía que era porque ya había perdido la esperanza.

Y también, allí se juró no claudicar ante nada ni nadie.

Sin embargo, su alma rota por lo vivido en aquel mundo que de pronto recordó, estaba marcada por la inseguridad, y reconocía que debía trabajar en ello. Para cumplir sus promesas a sí misma.

Para poder preservar lo que le habían dado tan inmerecidamente.

Las dos lunas, la dama blanca y la pequeña hermana, estaban juntas, flotando en el espacio, como testigos silenciosos de lo que Canaria se había prometido. Apoyada en el balcón, suspiró, cubierta por sólo una bata, dejando que la brisa fría de la primavera naciente le lamiera la cara.

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora