La familia Von Lancet

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No sabía si era por todo lo que había pasado la noche anterior, pero se despertó con una sensación de pesadez en el cuerpo. Por supuesto, era una pesadez diferente a la que sentía en su anterior cuerpo, era como si lo que le pesara en realidad fuese el alma, o el corazón, y todo ese peso se distribuyera a las demás partes de ella.

Probablemente habría dormido un poco más si no hubiera sentido el movimiento de Nicole alrededor suyo, poniendo en orden la habitación, que según ella, ya estaba por demás impecable.

Sí, la vida noble era un constante desasosiego por la invasión a la privacidad. Ni siquiera sabía si podría acostumbrarse a eso alguna vez, pues incluso antes de recuperar sus recuerdos y todo lo demás loco que le había pasado, a ella no le gustaba ese pequeño pero brutal aspecto de ser atendida en su desnudez por otras personas, aunque fuesen de su mismo sexo.

Dejando atrás la divagación del recién despertar, Canaria estiró su mano, buscando el "libro del destino" o como sea que se llamase.

No cabe de más decir el pequeño infarto que tuvo al percatarse de que aquel tomo no estaba donde lo había dejado la noche anterior.

Y de nuevo, como ya era costumbre desde que había recordado todo, la ansiedad y el miedo se apoderaron de ella. ¿Qué tal si ese libro de los dioses era algo súper raro que si se pierde los mismos te castigan? ¿Qué tal si tenía poderes ultra extremos para que nadie más lo leyera y dejaba una maldición a quien lo tocase sin permiso? ¿Qué tal si quien lo tomó piensa que fue escrito por una Canaria loca en su fiebre y la encierran en una institución mental?

—¡Ahh...! —se quejó, no quería lidiar con todo eso en realidad, pero no tenía opción.

—¿Señorita? ¿Ya despertó? —La voz inconfundible de Nicole se escuchó fuera de su fuerte hecho de las cortinas del dosel. De pronto, la idea de que el libro se hubiese caído y que su mamá Nicole lo encontrara le recorrió la espalda como un impulso eléctrico.

—Ni... Nicole...

—¿Sí?

—¿Por casualidad viste un libro tirado por ahí? —Las cortinas de una tela parecida al terciopelo fueron corridas, dejando entrar los rayos del sol matutino; el rostro moreno de Nicole, con sus ojos amables y negros, tan oscuros como la noche misma, sonreían con un "buenos días" silencioso.

Cada vez que ella la miraba, no creía que esa mujer tuviese un poco más de cien años, a lo mucho parecía de no más de treinta. Con su cabello rojo fuego recogido en un moño, cualquiera podría pensar que era un humano normal, sin embargo, sus ojos de aquel color inusual y sus orejas puntiagudas y largas sobresaliendo te dejaban en claro que ella era una elfo. En realidad, un medio elfo.

—Señorita... ¿otra vez está leyendo a altas horas de la noche? —Por supuesto, Canaria no podía evitar ser regañada. Le habían recomendado reposo luego de su "fiebre de mana" y tanto el personal de la casa como su madre lo habían tomado al pie de la letra. —¡Seguramente se acostó tan tarde y tan cansada que no recuerda si lo devolvió a su lugar!

—Pero, ¿lo viste? —Insistió.

—No, no lo he visto. ¡Debería prestar más atención! ¿Qué pasa si un día de estos se hace daño mientras deambula somnolienta por la biblioteca? ¡Por los Dioses, señorita, sea más precavida!

Con una sonrisa angelical, o lo que ella pensaba que lo era, trató de zafarse de la acusación de Nicole. Por supuesto, la juvenil nana miró a la niña con una clara desaprobación con esos ojos negros como pozos mientras llevaba sus manos a las caderas. Al final, terminó cerrando los ojos y dando un largo suspiro. No era la primera vez que Nicole lidiaba con una señorita tan chispeante y espontánea como Canaria; en realidad, esa personalidad traviesa y alegre eran una marca clara de todas las mujeres Von Lancet.

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora