El día del sacrificio

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En el norte más al norte del mar de la tormenta, en un continente olvidado amurallado por el frío y el hielo se encontraba una vieja ciudad, tan vieja como las ciudades élficas abandonadas y enterradas en el tiempo, la cual se levantaba como una imagen sacada de los sueños y los libros de leyendas del mundo cuando no era aún el mundo que se conocía.

La ciudad de hielo con el castillo invernal que parecía más una torre que trataba de alcanzar el cielo, desde hace mucho que estaba abandonada, tanto tiempo que la humanidad lo olvidó, tanto que incluso los elfos más viejos no sabían de su existencia. Sólo un único habitante vivo se aventuró entre las murallas negras de piedra cubiertas de hielo y nieve.

Esa sombra viva había recorrido ya bastantes veces el mismo camino hasta el trono ubicado en la cima de la torre, tantas y tantas veces con tantos nombres diferentes, tantos cuerpos y razas que mudó a lo largo de los eones; sin embargo, las últimas más de cien veces era ese mismo rostro humano y esos mismos ojos verdes que ahora tenía como su carta de presentación.

Como el oráculo de los dioses, estaba condenada al destino de esa tierra; una y otra vez vio alzarse al avatar de la muerte bajo diferentes nombres, hasta que uno de ellos cayó en la locura. Esa fue la primera vez que los dioses invocaron a su campeón.

El primer héroe, un nativo del mundo hecho a gusto de los dioses, fue corrompido, cayendo en la locura como su predecesor; costó muchas vidas y mucho sacrificio someterlo y encerrarlo, mientras que los dioses oscuros se fortalecían. Diez mil años después, bajo otro cuerpo y otra cara, ella había sido testigo de cómo el dios supremo junto al partenón había llamado a un outlander, un viajero que era inmune a la corrupción de los dioses oscuros.

Y ese outlander era ahora quien, en medio del hielo, permanecía en su trono.

Arrodillada frente a la Reina de los Malditos, la oráculo, que ahora portaba el nombre de Katherine, suspiró. No había indicios de movimiento en el Avatar de la muerte, como todas las veces que había repetido ese ciclo interminable al que la diosa del tiempo la había condenado.

Ya había vivido aquella era cerca de trescientas veces, y el mundo llegaba a su fin antes de que la Reina de los Malditos, el avatar de la muerte, despertara; gracias a las campeonas, quienes deberían haber sacrificado ellas mismas al dios oscuro más débil para traer de vuelta al carcelero, el ciclo interminable de destrucción no se detenía.

La primera vez una de las campeonas asesinó a la otra por celos. Al final, la oráculo se enfrentó al dios oscuro, quien terminó por invocar a sus hermanos, sumiendo al mundo en muerte y caos.

Intentó tantas cosas, incluso arrebató a las niñas a sus padres y se encargó de su educación, no obstante, una de ellas era corrompida no por los dioses oscuros, si no por los deseos humanos innatos en ella.

Cansada, Katherine se dio por vencida, en el último ciclo se escondió en la ciudadela helada a la espera de que un milagro despertara al Avatar de la Muerte, y como una broma tonta del dios inferior de las amenidades, Wessalius, sucedió. El Avatar de la Muerte se levantó de su trono invernal a la espera de su sucesor. Sin embargo, el mundo, aunque fue salvado por el humano que había sacrificado a Arakbamel, estaba en ruinas y no había un sucesor para el Avatar y el carcelero.

Incluso con las grandes pérdidas, creyó que las líneas ley del planeta se podrían reconstruir, mientras el ciclo de la batalla eterna entre los dioses arcanos y los dioses oscuros se completaba.

Entonces, ella fue enviada nuevamente al inicio de aquel ciclo interminable.

Rezó a los dioses por una respuesta, ¿qué es lo que debería hacer? El mundo había sido salvado a un gran costo, pero estaba bien con ello. ¿Por qué la habían devuelto?

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora