La muerte de los Cetizier

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La sombra de un hombre joven, de aparentes metro y setenta centímetros de altura, caminaba sobre las calles bajas de la capital del reino; con una capa y sus ojos amarillos resplandecientes bajo el cabello gris, como un gato deslizándose en la oscuridad.

Ropas oscuras como sus intenciones, pisando las calles llenas de lodo por el clima húmedo de inicios de primavera, con la nieve derritiéndose bajo los pies, coloreada con la mugre de los caminos; sin emitir sonido alguno, como si sus botas callaran los crujidos de la nieve a medio derretir bajo ellos, sus pasos se dirigían a una de las zonas más violentas y tórridas de la ciudad.

El joven se adentró a la zona roja de los barrios marginados; sus pasos firmes lo llevaron a una casa destartalada con un letrero viejo de madera que tenía el nombre de Delphine, el cual apenas permanecía en su lugar a fuerza de una cadena de hierro oxidada que la sostenía sólo por uno de sus lados. Sus ojos amarillos viajaron por la depravación de la que los comensales eran parte, una imagen común para un lugar como aquellos, con el olor rancio y animal de las personas que se encontraban allí; algunas mesas de juego, con hombres tan ebrios que apenas si podían mantener una conversación común, y jóvenes mujeres semidesnudas en las piernas de éstos, sobresalían entre el ir y venir de las jarras de alcohol barato y los gritos de los clientes.

Por supuesto, para la gente de allí no era común que un señorito como el que se había presentado, apareciera. Debido a su altura, que era un poco más alto que un niño de su edad, el joven parecía más bien un adulto pequeño; una jovencita, probablemente de la edad de él mismo, se acercó, tomándolo por el brazo. Su vestido rosa de tela de ínfima calidad tan sólo cubría la parte de la cintura hacia abajo, dejando sus pechos, que apenas empezaban a formarse, a la vista de cualquiera. Al niño no le importó lo impúdico de la situación, acostumbrado a la porquería de la que podían ser capaces los seres humanos, y se dejó guiar por la chica que tenía alrededor de trece años de edad.

La niña lo llevó a una mesa en el fondo, reclamándolo como su presa, a menos de que el cliente decidiera que ella no era de su gusto. Su trabajo era fácil: captar clientes, aferrarse a ellos mientras servía alcohol y, quizá, abrirles las piernas si ellos así lo deseaban.

Un trabajo fácil para la hija de una prostituta, es lo que ella, llamada Merian, pensaba.

El cliente no se quitó la capucha, dejando su rostro como una incógnita que le causaba curiosidad a Merian. Lo único visible por las sombras de la noche y la escasa iluminación de los candelabros de gemas luminosas de baja categoría, eran un par de ojos amarillos que brillaban como joyas. Un color poco común en los cículos en los que Merian se desenvolvía, acostumbrada al gris plomo, a los ojos oscuros o castaños.

No era raro que hubiese clientes cuyos rostros se ocultaban, siendo siempre escoria que escapaba de la ley, o estafadores que no querían ser reconocidos mientras hacían lo suyo, sin embargo, para Merian, aquel hombre no parecía encajar en ninguna de aquellas categorías.

Sonriente con esos dientes que siempre le alababan por ser casi perfectos para una prostituta barata y esa cara pecosa decorada por sus ojos marrones comunes, ella preguntó si bebería algo.

—Lo que sea. —Susurró con una voz gruesa, producto de un hechizo sencillo de ocultamiento. Él observó como la niña se fue tambaleándose en una pantomima que trataba de hacerla parecer sensual.

Entre el sonido de la algarabía de las mesas de juego que llegó a sus oídos, una voz conocida por él se mezcló entre los gritos de borracho y reclamaciones de oro perdido.

Un ruido sordo se escuchó, una mesa volteada con las fichas y los objetos de apuesta que se habían esparcido por el suelo. Merian, quien regresaba con una bebida barata para su cliente, se quedó parada observando la escena que se suscitaba frente a ella, con una cara que decía que aquello era de lo más común, pero que, aun así, era una molestia.

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora