Noche de lluvia

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Los rayos arcanos pintaban la noche con una luz violeta, resonando estruendosamente por los campos extensos de la propiedad, humedeciendo con la lluvia las plantas recién despiertas de su hibernación, trayendo consigo la primavera.

La primera lluvia del año, tormentosa y ruidosa, como si anunciara malos tiempos, rugiendo en el cielo de las afueras de la capital, y, sin embargo, tan necesaria para en crecimiento de las semillas recién sembradas en la tierra fertilizada por el mana sagrado del templo.

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El sonido de los cristales siendo golpeados por las gotas de lluvia no le permitían dormir, el retumbar de los truenos, que sintió tan cerca que su piel se erizó, tampoco ayudaba a su insomnio. Canaria revoloteó en su cama, sacudió sus sábanas blancas, cubriéndose con ellas y luego arrojándolas hacia sus pies; al final, el insomnio ganó la batalla, haciéndola levantarse.

La lluvia todavía estaba en su cénit, con los rayos levantándose hacia el cielo, partiendo el horizonte con su color tan peculiar. Fuera de la ventana, no podía verse nada salvo aquellos colores naturales que a veces pintaban el paisaje nocturno, dejando apenas visible con esa luz violeta la decoración del jardín más allá, lleno de arbustos que apenas recobraban el verdor.

No había nada que hacer, en el silencio de su habitación, el aburrimiento pronto la abrumaría. Sin poder dormir, y sin más opciones, decidió huir a la biblioteca.

Ni siquiera era tan tarde como parecía, el reloj apenas marcaba la séptima hora, el final del día. En aquel mundo, el tiempo se dividía en siete. Siete horas, siete días, siete estaciones. Lo que Canaria conocía como primavera se le llamaba "Freuten liage", el tiempo de siembra y resurrección de los dioses, que apenas duraba un ciclo de veintiocho días, lo que se consideraba un mes. Luego venía el "Vërriche igfel", el tiempo de crecimiento que duraba cerca de dos meses, y tras él sucedía el "malaghe ignel", la floración.

Antes de la cosecha, que se llamaba "Oi'kras alassian Ho'ros", que significaba literalmente "la cosecha gracias a los dioses", estaba la estación de "vül'kos eideiras", la celebración de la fundación y la venida de los dioses al mundo mortal, que duraba un mes entero. Luego estaban las otras dos estaciones que abarcaban el invierno: "Neles' imbaire" y "Oi'kras eido're", que representaban el despertar de la muerte y la caída de los dioses a su sueño cíclico.

Al inicio, a pesar de que ella ya había vivido en aquel mundo una buena parte de su vida, con la recuperación de sus memorias, se le hizo difícil acostumbrarse nuevamente a esas acotaciones. Muchas veces se equivocaba, aunque le echaba la culpa a su edad actual y a que antes no tenía mucha necesidad de llamar a las horas del día por su nombre.

Su esfuerzo se traducía en una gran porción de su tiempo libre habitando la biblioteca; por ello, lo primero que pensó al ser importunada por el insomnio fue vagar por los pasillos del castillo camino hacia ella.

Cubrió sus hombros con una frazada, vestida con un camisón de dormir que llegaba un poco por debajo de sus rodillas, pues todavía sentía el remanente del frío de invierno. Tomó la linterna de piedra de mana, siendo que, aunque ya estaba estudiando magia, no podía producir ni un simple hechizo aún sin que se saliera de control. Era más seguro de esa manera, así que la encendió con un botón superior, cerca de donde se tomaba, y giró el engrane que controlaba el flujo. La lámpara se parecía a esas viejas lámparas de petróleo antiguas de la tierra que todavía se podían encontrar en los museos.

La luz tenue que la acompañó en su travesía fue colocada sobre la mesa de centro que había entre los sofás donde ella solía sentarse a leer. La zona de lectura de la biblioteca parecía más una pequeña sala donde ella podría incluso tomar el té, aunque era algo que no haría debido a que los libros del castillo eran demasiado valiosos como para arriesgarse a ser manchados por un error.

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora