Breve historia de un niño olvidado

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Cuando él era más pequeño, su madre solía acariciar su cabeza de cabellos oscuros como el ala de un cuervo. Le gustaba mirarse reflejado en sus ojos verdes, profundos y vibrantes como las joyas que adornaban su cuello. Se sentía amado, se sentía seguro en los brazos de una madre que lo había hecho su adoración. Todavía en su memoria danzaba el recuerdo de su cabello largo y castaño a contraluz, mientras ella dormía con la mitad de su cuerpo sobre su cama luego de caer rendida por cuidarlo de una simple fiebre. La imagen de su madre, con sus vestidos pulcros y modestos, siempre en tonos lilas y violetas, que contrastaban con la piel pálida de aquella mujer debido a sus malas noches de insomnio, estaba grabada en su cabeza; al igual que el sonido de su respiración pesada cuando al fin ella se quedaba dormida sobre el sofá, rítmica y suave como una canción de cuna.

Aún luego de tres años de su ausencia, él recordaba el tacto de su madre, el olor a lirios nocturnos de su cabello y la sensación suave de sus mejillas contra su rostro cuando lo levantaba en brazos y le decía que lo amaba.

"Te adoro, pequeño Lars" —Esa frase que se había grabado en su corazón, que eran el motor de su vida cotidiana a pesar de todo. Días de felicidad que ahora se encontraban lejanos, más lejanos que nunca.

Ese sentimiento que dejó un vacío y un anhelo tan profundo que se enraizó en su corazón como una mala hierba.

Incluso cuando la mano frágil de su madre se había transformado en un látigo de dolor. Cuando sus besos se transmutaron en palabras hirientes y sus arrullos en gritos de desesperación, él todavía la amaba, todavía la extrañaba.

¿Por qué su madre había cambiado tanto? No, no lo había olvidado, nunca lo olvidaría. Ella cambión por ese hombre, por el hombre que tenía el título de padre y esposo.

Ese hombre de la baja nobleza que había sido obligado a casarse con ella por status, por honor. Por supuesto, no era la primera vez que un matrimonio se concertaba bajo aquellos términos, sin duda, era de lo más común, así como el inicio de su vida juntos, sin sobresaltos, sin grandes escándalos, tan llevadera como dos extraños que se soportaban lo suficiente como para vivir juntos y tratar de formar una familia. Y lo lograron, de su relación monótona y aburrida donde cada uno se ocupaba de sus propios asuntos, nació un heredero, y con él, el advenimiento de años llevaderos de indiferencia, encerrados cada uno en su propia burbuja de felicidad.

Ella, encontrando la alegría y plenitud en su hijo.

Él, en los placeres del exceso.

Mientras su esposa Marie criaba a su hijo, Louis Cetizier caía en la vorágine del mundo de las apuestas, las drogas y el libertinaje.

Llenos de deudas a causa del barón Cetizier, la vida tranquila que hasta ese momento poseían empezó a esfumarse en el viento; los problemas de dinero, la desaparición de las joyas de la señora de la casa, la relación entre la pareja se hizo poco a poco insportable.

Y entre ellos, atraparon a un pequeño niño tembloroso que no sabía exactamente qué es lo que ocurría.

El pequeño Lars Cetizier, desde entonces, conoció lo que eran los gritos, las riñas y la violencia. Y con ello, también fue testigo de la transformación de Marie Cetizier, quien antaño había sido la hija de un Vizconde, acostumbrada a los lujos y la suavidad. Observó como la mujer a la que él llamaba madre se amargaba poco a poco, conforme el dinero y las joyas desaparecían y en su lugar los golpes tomaban el estrellato de aquel número diario de la comedia trágica en la que se había convertido su matrimonio.

La comida y el amor empezaron a escasear, las caricias de madre mutaron en regaños que escalaron tan vertiginosamente como un huracán.

"¡¿Por qué eres tan mal hijo, Lars?! ¡Seguramente heredaste la sangre sucia de tu padre!" —Ese nuevo mantra que le repetían cada vez que hablaba, cada vez que trataba de ayudar, cada vez que respiraba cerca de la mujer que alguna vez lo amó con adoración.

Un villano puede salvar el mundo por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora