Torrence Bach estaba molesto aquella mañana; por supuesto, no era capaz de mostrar su molestia, a pesar de que estaba completamente justificada. Nunca le habían gustado los niños, ni siquiera cuando fue uno de ellos. Maldecía internamente al segundo príncipe y su estúpida idea de visitar las ruinas de Motch, aunque, claro está, debiese hacerlo con una sonrisa en su rostro y una actitud pasiva.
Por supuesto, una de las razones por las que Torrence Bach debía tragarse su molestia era porque el niño en cuestión era un noble de mucho más alto rango que él; la otra razón de peso era, principalmente, no hacer nada que interfiriera con los planes y aspiraciones de los cultores del crepúsculo.
Por supuesto, el hombre de lentes cuadrados que tenía el título de líder de los cultores se regodeó en su imaginación al pensar en el segundo príncipe siendo sacrificado a sus dioses. Una lástima que el niño no fuese apto para tal cosa, una verdadera lástima, según sus pensamientos.
—Entonces su alteza, como le explicaba, los glifos de escritura que se encuentran junto a las pinturas de las paredes parecen ser del siglo VII, en el periodo de la fundación... Aún no se determina, pero la calidad, así como los motivos de la pintura hacen referencia al viaje hacia el mundo espiritual heroico; también, en un nuevo piso que aún no está abierto, se han hallado vestigios de cajas mortu.... ¿Ah?
Una mueca se plantó en el rostro de Torrence cuando, al voltear para continuar la explicación en busca del príncipe, no lo encontró; mucho más era su inquietud y molestia cuando se percató de que ni siquiera el tutor y los caballeros que acompañaban al mocoso se habían dado cuenta de que no estaba ahí.
Entre su molestia y enfado, la inquietud de que el mocoso se lastimara y por ello lo destituyeran le ahogaba el alma. Desde niño se había preparado para ese momento, ser el heredero de su casa que presenciara el nacimiento del profeta de los dioses verdaderos era su derecho, ¡no podía permitir que un mocoso malcriado lo arruinara todo!
—Por favor, Sir Vikhus, sea tan amable de confirmar que su alteza está ausente por necesidades biológicas y está sano y salvo. —Sir Vikhus, con una cara como de ya estar acostumbrado a este tipo de cosas, sonrió forzadamente mientras le respondía.
—Me temo que no puedo hacer eso, Lord Bach. — El aludido tomó su cabeza con ambas manos, sin saber qué hacer. Al menos, estaba seguro, el infante no podría entrar a las alas ocultas de las ruinas, pues la magia que había puesto en ellas no permitiría la entrada a extraños.
¡Odio a los niños! ¡Los odio! ¡Los Odio! —Gritó internamente.
—Las ruinas no son tan grandes, probablemente se ha quedado mirando algunos murales como la última vez. Volveré sobre nuestros pasos para buscarle. Le encomiendo la búsqueda en las zonas que aún no habíamos visto, Lord Bach. —Sir Vikhus, tranquilamente se había dado la vuelta junto a las escoltas reales para iniciar la búsqueda del príncipe, mientras Torrence Bach llamó a sus subordinados para que hicieran lo propio.
Sin duda, la impresión que el segundo príncipe le había dejado a Torrence Bach no era la mejor; por mucho, Torrence creía que los niños de la realeza serían un poco menos salvajes, un tanto menos molestos, pero estaba equivocado claramente. Aquel al que llamaban segundo príncipe Igfrid actuaba como un niño mimado y hacía todo lo que se le venía en gana.
Cerca de una hora después, Sir Vikhus se presentó junto al segundo príncipe. La cara del niño de la realeza estaba llena de tierra y su sonrisa infantil, que se supone debía ser inocente, a Torrence Bach le pareció una mueca de burla dirigida a su persona. Algo que se describiría perturbador, si Torrence no estuviese seguro de que eran figuraciones suyas al haber experimentado tal muestra de irrespeto de parte del mocoso.
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Un villano puede salvar el mundo por amor
FantasíaAsesinaron a su amada, y con ello, todo lo que le daba sentido a su vida. Sumido en la desesperación y la ira, destruye todo a su paso jurando venganza. Robando y matando, encuentra la respuesta a su aflicción, y entonces, rebobina el tiempo. Ahora...