Capítulo 20

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Mar

Adrián y yo estábamos enamorados. De eso no cabía duda. La forma en la que mi corazón se calentaba al tenerlo cerca y al sentir su tacto tan gentil; la forma en la que mis ojos y mi día entero se iluminaba al admirar sus ojos avellana adictivamente; la forma en que su voz arropaba mis tímpanos y se convertía en mi melodía favorita. Todo eso y mucho más era lo que hacía inevitable no enamorarme de él.

Me di cuenta de que estaba profundamente enamorada de él cuando salimos hace una semana, en esa salida que él había propuesto unos días antes en la cafetería. Lo más lindo de todo era que hasta invitó a mi mamá para que saliéramos los tres juntos. Al principio, obviamente ella se negó ya que no quería "estorbar" o "estropearnos la cita". Sin embargo, terminó cediendo después de persuadir tanto.

Pero la forma en la que Adrián pensó en mi mamá, la forma en la que la tomó en cuenta, eso me hizo hasta suspirar de ensueño. Solo que mala suerte para él, en ningún momento de la salida logramos "mostrarnos afecto" porque corríamos el riesgo de que mi mamá nos pillara. Cada vez que intentaba hacerlo mi mamá siempre decía "hagan como si no estoy aquí, solo soy una señora más disfrutando de las vistas de este parque".

Si, y si nos hubiésemos besado la vista hubiese sido otra. Y no hablaba de flores ni mascotas acompañadas por sus dueños.

Ya habían pasado varios días desde esa salida y de mi descubrimiento no tan escondido. Ahora, los dos nos encontrábamos situados en la sala y descansando en el sillón grande que tenía en mi casa. Habíamos vuelto al sábado otra vez, y hoy en vez de planear algo Adrián solo pasó por mi casa y tomó la iniciativa de proponer pasar tiempo juntos aquí mismo. Algo sencillo, algo acogedor.

Mi seño Florencia se encontraba reposando en cama, leyendo una novela que había comenzado ayer, y que si no me equivocaba ya había leído muchas veces anteriormente. Pero la entendía perfectamente, siempre existía esa novela o ese libro que nos enganchaba de una manera asombrosa. De una manera en la que el tiempo se detenía, y era imposible alejar nuestras manos de ese libro, de esas páginas que por cada una que pasaba solo nos captaba aún más.

Creo que esos son los libros que nos marcan y nos enamoran más.

Me encontraba observando, o a estas alturas admirando, el perfil de Adrián. Era inevitable no hacer eso también. Como su cabello sedoso pero corto hacia contraste con la luz que nos brindaba una lámpara cercana; como su mirada perdida en medio de la nada me hacía desear saber qué era lo que pasaba por su mente en estos instantes; como su media sonrisa me hacía querer engrandecerla porque así era el Adrián que yo conocía.

Traía puesta una camiseta roja, un chándal negro, y unos deportivos. Me había acostumbrado a verlo tanto en su porte ejecutivo, que esta faceta suya me hacía admirar su aspecto más sencillo y natural.

No obstante, su mandíbula tensa no pasaba desapercibida, por lo cual acerqué mi mano a esta y la acaricié con curiosidad y delicadeza.

—¿Todo bien?— le pregunté, mientras él sonreía ante mi tacto.

—Si, todo bien mi lucero. Solo que últimamente el trabajo me ha tenido más agotado de lo normal— me contestó en un suspiro, girando su cabeza para mirarme.

Tenía razón. Últimamente lo he visto más distraído, perdido, y cansado. Me había contado que su propuesta de proyecto no había sido aceptada, y ni siquiera considerada para después. Me dio un poco de tristeza cuando me dijo eso hace unos días, porque el día que me contó sobre su conferencia podía recordar qué había tanto entusiasmo en él. Hasta me había enviado una foto de sus gráficos, y del teatro/museo de arte que había propuesto.

Unos ojos avellana en un café diario ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora