Mar
Mi pie se movía repetidamente contra la superficie del suelo, impacientemente y con apuro, mientras intentaba invertir el líquido del café dentro de la cafetera, preparando un pedido. Me mordía el labio inferior como si eso intentara detener mi pie intranquilo, y ese tic en mí que no se tranquilizaba, pero lo único que podría posiblemente causar era hacer que mi labio sangre.
Usted solo deposite los euros y Sergio de Luna se mantendrá detrás de las rejas de por vida.
Sacudo mi cabeza de una manera violenta y exagerada, deseando que ese pensamiento perturbador se esfume y desaparezca completamente. Ese oficial no puede estar hablando en serio. Mi papá no puede estar en la prisión por eternidad.
En fin, saco el envase de la cafetera e invierto el líquido caliente en un envase de plástico para terminar por entregarlo.
—Aquí tiene su latte caliente con caramelo— le dicto a la joven que lo había pedido, y ella sonríe al tomar el vaso.
—Muchas gracias, nos vemos mañana— se despide, y yo lo hago con mi mano.
—Aquí estaremos, tenga un lindo día.
Me acomodo mi gorra, y me enfoco en acomodar la cafetera que había usado, ya que no hay nadie más en fila. Y mirándolo bien, hoy no ha sido una mañana muy ocupada, solo han venido algunas personas que siempre vienen todos los días, pero nada más.
Aunque para mi mejor porque no me he sentido tan animada hasta lo que llevo del día. Tal vez ha de ser porque es viernes, y los viernes suelen ser tortuosos, ya que solo nos hacen desear el fin de semana aún más. ¡¿Por qué son así los viernes?!
—Mi querida Mar— escucho un canto que se atraviesa desde la puerta de la cocina hacia afuera.
—Mi querido y exagerado Sebas— canturreo yo, limpiándome las manos.
—¿Como? ¿Exagerado, yo? Venga, que siempre me han parecido monos tus chistes, pero el de hoy no tanto. Pero te lo perdono porque es viernes y el cuerpo lo sabe, ¿o no?
—Ni tanto— murmuro, acariciando mi espalda baja—. Pero sí, exagerado, y tengo mucha evidencia que puede apoyar mi argumento. Por ejemplo, esa vez que...
—Ah mira, nuevo cliente, ¡qué bien!— me interrumpe, con una risa nerviosa.
Y efectivamente viene entrando una señora de tercera edad a la cafetería, pero aun así me da risa la reacción de Sebas. Él sabe que puede ser muy exagerado cuando quiere.
—Ve y atiendela por favor, yo tengo que ir por más utensilios a la cocina. ¿Sí? Muchas gracias, Sebas, eres un amor.
—Te aprovechas de mi mucho, Mar.
—Yo no lo llamaría aprovechar, es más como convencerte inconscientemente, y tú, sin pensarlo, siempre aceptas— le digo entre risas, antes de dejarlo reprochando.
—¿Soy así? Joder... Sebastián, eres mejor que esto— es lo último que escucho antes de atravesar las puertas de la cocina. Ay, Sebas.
Veo como algunos de mis compañeros de trabajo preparan bocadillos y postres, mientras que otros lavaban platos y bandejas, y otros solo desayunaban en apuros antes de comenzar con la limpieza de hoy. Con medias sonrisas y movimientos leves de cabeza saludo a algunos, para después dirigirme a la pequeña bodega donde guardamos los utensilios necesarios.
Cojo más envases para bebidas, pajitas, y servilletas. Y si, todo a duras penas con mis pequeñas manos. Cierro la puerta con mi pie, y me dirijo hacia las puertas una vez más, hasta que veo a Sebas entrar.
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Unos ojos avellana en un café diario ©
Ficção AdolescenteMar había vivido toda su vida escondida detrás de novelas románticas y poemas empalagosos. Se quedaba sin aliento recitando a Benedetti, y suspiraba incontrolablemente leyendo sobre las pasiones de Neruda. Su mundo giraba alrededor de fantasías y ve...