Mar
No tenía noticias de nada.
Ya habían pasado dos días desde que fui a ver al oficial Lucas a la prisión, en busca de ayuda para investigar al oficial Enmanuel. Por ahora no me había dicho nada, por lo cual suponía que todavía no había tenido la oportunidad de investigar al oficial Enmanuel.
Era eso o... o lo habían atrapado intentando obtener información indebida. Indebida en el sentido de que estaría revisando las pertenencias de otro oficial sin permiso.
No, no lo creo. Era un profesional, no creo que lo hayan atrapado con las manos en la masa tan fácilmente, tan rápidamente. Además, si este llegara a ser el caso, no quería pensar cómo terminará todo esto. Sin embargo, me calmo y aparto ese pensamiento de mi cabeza. Me intento convencer de que a lo mejor solo no ha tenido tiempo y no ha encontrado el momento indicado para hacerlo.
Si, tenía que ser eso.
Lo mejor que puedo hacer es esperar un poco más para una notificación de su parte, antes de intentar hacerle preguntas precipitadamente.
Y de Adrián... de Adrián tampoco habían señales. Me alegraba un poco, no lo voy a negar, que haya dejado de insistir tanto en los últimos días con sus llamadas y mensajes de texto. Pero aun así no dejaba de pensar en él, en lo que podía estar haciendo, en lo que podía estar pensando, en lo que podía estar sintiendo.
En todo.
Venga, que era un poco masoquista, lo sé. Pero al masoquismo le daba una paliza para que se fuera y me dejara enfocarme en mi papá.
¿Funcionaba? Estaría mintiendo si dijera que sí.
Mejor dejo atrás todo lo de la investigación y todo lo que tenga que ver con Adrián para enfocarme en mi trabajo y en el pedido que me encuentro atendiendo.
—¡Un té de manzanilla y unas galletas de mantequilla!— anuncio el pedido, y enseguida veo como el señor de la tercera edad que lo había pedido se acerca a la barra.
Llevaba puestos unos lentes que a cada segundo terminaban cayendo cerca del puente de su nariz, junto a un bastón de madera en el cual dejaba caer su peso.
—Muchas gracias— me sonríe de una forma adorable. Veo como hace el amago de tomar su comida, pero enseguida lo detengo.
—No, déjeme ayudarlo. No creo que pueda llevar las dos cosas a la vez, ¿verdad?— le pregunto con humor, con mi mano sobre mi cadera. Él asiente.
Lo acompaño a la mesa en donde se encontraba situado, y después de que lo ayudo a sentarse, le sirvo la taza de té junto al plato de galletas. Me sonríe en agradecimiento, como todos los ancianos amables que vienen a desayunar.
Si, amables porque algunos solo llegan con caras largas, como si se hubiesen levantado del lado equivocado de la cama.
—Muchas gracias, señorita, les hablaré bien de esta cafetería a mis amigos de ajedrez, así vienen a desayunar conmigo.
—Vale, aquí los estaremos esperando— asiento repetidamente—. Disfrute de su desayuno.
Vuelvo a mi puesto detrás de la barra, y cuando vuelvo ya se encuentra Sebas acomodando los bocadillos recién hechos en los estantes del mostrador transparente. Nuestras especialidades de hoy eran flan y tarta de queso.
Tal vez le llevaba un trozo de flan a mi seño Florencia cuando terminara mi turno hoy.
—Oye mi querida Mar, dame tu opinión— se levanta y cierra los vidrios. Yo frunzo el ceño—. ¿La gorra me queda mejor hacia adelante o hacia atrás?— me enseña los dos estilos.
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Unos ojos avellana en un café diario ©
Genç KurguMar había vivido toda su vida escondida detrás de novelas románticas y poemas empalagosos. Se quedaba sin aliento recitando a Benedetti, y suspiraba incontrolablemente leyendo sobre las pasiones de Neruda. Su mundo giraba alrededor de fantasías y ve...