Adrián
Los edificios y los peatones que paseaban tranquilamente por las calles se movían rápidamente ante mis ojos, gracias al hecho de que iba conduciendo muy velozmente. Sentía como mi pie izquierdo se golpeaba contra la superficie de mi coche constantemente, y como mis nudillos se habían tornado un rojo pálido debido a mi apretón fuerte en el volante, los dos sufriendo las consecuencias de mi impaciencia por llegar rápido a la empresa.
Iba tarde, joder que iba tarde. ¡Mi padre me iba a matar!
Perdón... primero que nada buenos días.
Dejo salir una bocanada de aire con el intento de calmarme. Había esperado quedarme unos minutos más en la cafetería charlando con Mar, pero veo que los ejecutivos tuvieron otros planes para mi hoy. Pero no había problema, lo que importaba era que había una posibilidad de que aceptaran mi propuesta de proyecto. Esa propuesta que he estado planeando, y que me he quedado hasta pasadas las horas de trabajo para asegurarme de que sea original y suficientemente impresionante.
Solo espero que a ellos verdaderamente les impresione.
Después de un viaje que se me había hecho eterno, arribo a la empresa, con el edificio enorme atrayendo mi vista como normalmente lo hace. Estaciono mi coche y tomo mi portafolio, para después a paso rápido caminar hacia la entrada principal del edificio. Mientras me acerco veo como de las puertas cristalinas entran y salen trabajadores, desde las secretarias hasta los de mantenimiento. Y no me sorprende, ya que usualmente eso suele pasar los días de conferencia.
El lugar se convierte en un jodido tráfico. ¿Y todo para qué? Para complacer a mi padre y a sus socios.
En fin, a duras penas logro entrar por la puerta, pero lo hago, y al acercarme al escritorio de Olivia puedo ver como ella se encuentra sumergida entre papeles esparcidos por todo su escritorio, firmando y juntándolos con grapa. Se mueve con eficiencia pero con pánico, como si todavía no estuviera acostumbrada a el trabajo abrumador en días de conferencias.
Ya somos dos, Olivia.
De la nada levanta la mirada, y cuando me ve pone los ojos en blanco.
—Hola Olivia, ¿ya están ellos aquí?— señalo hacia el piso de arriba, refiriéndome a los ejecutivos y a la sala de conferencias.
—¡Joven Adrián! ¿Qué hace aquí abajo? Usted debe de estar en la conferencia ya. Los ejecutivos llegaron hace más de media hora— exclama Olivia exasperada, levantándose de su asiento para rodear el escritorio.
—Hostia, pero... —soy interrumpido cuando escucho a una voz.
—¡Por fin llegas! La conferencia ya ha comenzado y tu padre no está muy sonriente que se diga— me giro para ver como Marco sale del ascensor, caminando apresuradamente hacia mí.
Se detiene, le da una sonrisa de dientes a Olivia, y después cambia a una expresión seria —espero que hayan adivinado que era para mi— para jalarme del brazo y volver a dirigirse hacia el ascensor.
Nos adentramos en este, y Marco se enfoca en el reloj en su muñeca, mientras las puertas se cierran. Se aclara su garganta y de reojo puedo ver cómo me está observando detenidamente, pero justo en el momento que yo giro mi cabeza, él la desvía como si estuviera molesto. Efectivamente ha de estar molesto, pero con Marco esto siempre es parecido a un juego, o a una obra de teatro.
¡Es todo un actor!
—¿Has tomado en cuenta que cuando entremos a esa sala de conferencia todos te miraran con caras jodidamente enojadas?— habla él después de unos segundos, casi creando un eco en el ascensor espacioso—. Y solo te diré que tan pronto como abramos esa puerta yo no me quedaré ahí para defenderte, querido amigo— sigue hablando, y yo esbozo una risa.
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Unos ojos avellana en un café diario ©
Dla nastolatkówMar había vivido toda su vida escondida detrás de novelas románticas y poemas empalagosos. Se quedaba sin aliento recitando a Benedetti, y suspiraba incontrolablemente leyendo sobre las pasiones de Neruda. Su mundo giraba alrededor de fantasías y ve...