Capítulo 47

6 1 0
                                    

Mar

Una semana.

Una semana había pasado desde que entré a este hospital y desde que no logro ver la luz del sol asomarse en la ventana de mi vida.

Mi seño Florencia seguía en coma, y desde que eso ha pasado yo no me he apartado de su lado. Había pasado cada día en el hospital, la mayor parte en la habitación de ella, en el ventanal al frente de su habitación cuando mi tiempo de visita se acababa, y afuera en el salón de espera. Solo un día había dormido fuera del hospital, y eso fue debido a que los doctores me rogaron que fuera a descansar en un lugar cómodo el primer día en que me dieron las noticias. No querían que yo también me "enfermara".

Adrián se quedó conmigo esa noche, cuidando de mí y limpiando cada lágrima que había seguido derramando por el resto de la noche. A veces sentía que no lo merecía, era demasiado lindo. Pero después de esa noche, me habían permitido quedarme en el hospital en una habitación desocupada.

Solo había ido un día a trabajar en la cafetería, y eso fue para presentarme y para llegar a un acuerdo con Eduardo. Debido a que era un tema familiar me dijo que no sería un problema, con tal de que regresara cuando todo estuviese arreglado. Últimamente era más amable y entendible, y se lo agradecía mucho.

Adrián siempre intentaba venir a visitarme cuanto más temprano pudiese después de su trabajo en la empresa arquitectónica. Siempre aparecía cansado, y aunque yo le pedía que se fuera a descansar no se apartaba de mi lado por nada en el mundo. Solo fueron dos días en que terminó saliendo del trabajo más tarde de lo normal, y que me mandó mensajes de texto para asegurarse de que nos encontrábamos bien.

Al igual que Adrián, Sebas y Victoria también venían para hacerme compañía y distraerme un poco.

Entro a la habitación de mi mamá cautelosamente, cerrando la puerta detrás de mí. Había salido un rato para comprar unas orquídeas rosadas para poder adornar un jarrón vacío en una mesa al lado de la cama. Así también se veía más vivida la habitación, ya que estar adornada de paredes blancas y sábanas blancas no era tan emocionante.

Sonrío melancólicamente al observar a mi mamá. Sus labios se veían resecos y su piel blanca se veía más pálida que cuando descansaba en su propia habitación en la casa. No se movía, solo mantenía sus párpados cerrados. Había intentado convencerme a mí misma de que solo se encontraba en un sueño profundo, en un limbo, y que en cualquier momento despertará para pedirme su café mañanero.

Pero no, no era así.

Mi mamá estaba en coma, en un coma indefinido. Y ahora lo único que podía hacer era esperar, esperar a que estuviese lista para regresar. Aquí estaría yo esperando por ella.

Cojo una silla y me siento a su lado para peinar su cabello hacia atrás, ya que siempre habían algunas mechas rebeldes que se colaban en su rostro. Deposito un beso cálido en su frente, separando mis labios de su piel suavemente y sin apuros. Tomo su mano, que se encontraba fría, y juego con los nudillos de ella.

—¿Cómo está, mi seño Florencia?— hablo con ella, así como lo he hecho todos los días anteriores—. Espero que esté bien, espero que se esté recuperando y preparándose para darme una sorpresa cuando despierte. Cada mañana siempre me tenía algo nuevo que contar, y espero que cuando despierte en esta cama de hospital sea igual, que nada cambie— sorbo mi nariz.

La imagino sonriendo, preguntándome cómo va mi día hasta ahora.

—¿Cómo estoy yo? Pues estoy siendo fuerte para usted. Sabe, nunca pensé llegar a ser tan fuerte como lo estoy haciendo ahora. Pensé que lo sería un poco para los momentos pequeños. Pero después, cuando pasó lo de mi papá, entendí que tenía que ser un poco más fuerte. Y ahora... ahora que los dos se encontraban en sus momentos más tenebrosos, entendía que tenía que usar todas mis fuerzas y hasta las que no tenía para ser lo más fuerte posible. Tenía que ser fuerte para usted y para mi papá— me detengo un momento para pensar—. Apuesto a que si estuviese despierta no me quisiese ver llorando y preocupada, me quisiese ver llena de felicidad. Y si fuese lo contrario me estaría gritando o chantajeando con hacerme gastar mi dinero en su querido flan— suelto una risa triste—. Aunque, de todos modos, siempre le compraría el flan.

Unos ojos avellana en un café diario ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora