Mar
Para muchas personas una taza de café amargo y puro, sin cremora y sin una gran cantidad de azúcar, es suficiente para despertarlos y recargar sus baterías. Es como si con un trago mínimo del café fuera suficientemente fuerte para activar sus energías.
¡Mentira! ¡Todo eso es una mentira! Si fuera verdad desde mi primera taza de café estuviese completamente activa y con mis párpados abiertos al máximo. Pero no, llevo más de tres tazas, o mejor dicho envases, de café, y todavía no estoy recargada. Sigo agotada y hasta puedo sentir las sombras de mis ojeras penetradas debajo de mis ojos; así de cansada estaba hoy por la mañana.
Ayer me aproveché de la noche "libre" que tenía, y entre tanto repaso y marcador amarillo, no supe controlar mi tiempo y terminé cayendo dormida como hasta las tres de la mañana. No sé cómo es que logro repasar y repasar sin sentirme adormilada. Tal vez es la concentración.
Sin embargo, todo ese agotamiento lo terminé soportando horas después, y ahora me encuentro aquí en el trabajo, tomando café como loca. Solo falta que comiencen a cobrarme lo que tomo.
—... ¡Pero si no hice nada! Mire, solo fue una conversación pequeña, además, no volverá a pasar... bueno tal vez si...— de repente escuchó una voz acercándose por las puertas de la cocina.
Me doy un golpe leve en la frente con la palma de mi mano. Es la voz de "mi querido" Sebas.
—¿Otra vez te encontró haciéndote de conquista?— le pregunto, refiriéndome a nuestro jefe, aun dándole mi espalda.
—Si— deja salir un suspiro, apareciendo a la par mía y recostando sus codos en el mesón de la barra—. Pero se le pasará, siempre lo hace— deja salir una pequeña risa.
—Entonces el día que no se le pase, no me vengas a llorar. Solo imagíname en ese cerebro grande tuyo diciéndote 'te lo dije'— giro mi cabeza para verlo, y digo lo último en un tono de canto.
—Ja ja ja— finge su siguiente risa, mirándome con una cara de pocos amigos—. Se ve que tú amaneciste bien hoy.
—La verdad que ni el mismísimo café negro me había despertado hoy, pero creo que tu metida de pata fue la recarga que yo necesitaba.
Sebas abre la boca para contestarme con lo que supongo que será algo más absurdo, pero ninguna palabra sale de su boca porque justo en ese instante la campanilla de la puerta principal suena. Como si estuviésemos en algún tipo de sincronización, los dos giramos la cabeza a la misma vez hacia la puerta.
Comienzo a sentir un remolino en el asiento de mi estómago, a la vez que mi corazón comienza a palpitar más rápido, no de angustia... sino de nervios.
Es Adrián.
Adrián, el de los ojos avellana, viene entrando a la cafetería... ¿otra vez? Y lo peor de todo es que yo de muy boba no aparto mi vista de él.
Hoy lleva una camiseta de color rojo oscuro, y unos pantalones de mezclilla color negros. Algo sencillo, se puede decir, pero le quedaba tan bien. Lo único diferente es que esta vez no trae su portafolios de la última vez.
Estoy sorprendida, pero muy en el fondo, un poco feliz.
Ay, no seas ridícula Mar, no es para tanto. Tal vez solo pedirá su latte y se irá. Me doy un golpe mental en la frente, dándole la razón a la voz en mi mente.
—Uhhhh, tu hombre de hace unos días regresó— canta Sebas al lado mío, y yo solo meneo la cabeza en negación.
—No es mi hombre— murmuro.
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Unos ojos avellana en un café diario ©
Ficção AdolescenteMar había vivido toda su vida escondida detrás de novelas románticas y poemas empalagosos. Se quedaba sin aliento recitando a Benedetti, y suspiraba incontrolablemente leyendo sobre las pasiones de Neruda. Su mundo giraba alrededor de fantasías y ve...