Capítulo 34

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Mar

Delinear el rostro de una persona no se trataba de solo apreciar y conocer su rostro; a la vez se trataba de darnos tiempo a conocer una persona más a fondo. Lo sé, suena un poco loco, pero si nos damos tiempo para pensarlo, si tiene sentido en algún momento.

Es como si cada parte superficial de una persona contara una historia, y al tomarnos el tiempo para tranquilamente delinear su rostro logramos descubrir esa historia, y esas características que detallan esa historia.

Tal vez no se entendía bien todavía, pero lo único que yo sabía era que delinear el rostro de Adrián en estos momentos era como leer un poema. Por cada parte de su cara que iban pasando las yemas de mis dedos, con lentitud y tranquilidad, lograba leer un verso nuevo del poema que describe a Adrián.

Nos encontrábamos situados en la sala de mi casa, mientras que mi seño Florencia descansaba en su habitación y tomaba una siesta. Adrián se encontraba a mi lado, con los ojos cerrados y dejándose llevar por mi tacto, mientras que yo repasaba su rostro, en el mismo acto queriendo grabar sus rasgos hermosos en mi mente.

Las yemas de mis dedos pasaban desde su cabello sedoso hasta su frente algo fruncida; desde los párpados que escondían sus ojos avellana hasta bajar a sus pómulos; desde el puente de su nariz hasta su labio superior e inferior; terminando por trazar su mandíbula definida.

Podía escuchar como respiraba sin apuros, y como su pecho subía y bajaba tranquilamente.

Por un momento detengo mi camino por su rostro, alejando mi mano, y veo cómo al instante Adrián abre sus ojos, mirándome con profundidad.

—¿Por qué te detuviste?— me dice suavemente. Descanso mi brazo sobre el respaldo del sofá, sonriéndole con ternura y diversión.

—Porque ya acabé.

—¿Cómo que acabaste? No, hazlo otra vez, mira que me ha relajado— vuelve a cerrar sus ojos, tomando mi mano. Yo solo suelto una risilla.

—Si, y en cualquier momento caes dormido, y no correré ese riesgo porque después no podré despertarte— acaricio su cabello.

—Bien, tú ganas— suspira, cediendo—. Pero apuesto a que me he de ver sexy dormido enfrente de ti— enarca una ceja con importancia.

—Emm, no, mejor dicho adorable— ladeo mi cabeza.

—¿Adorable? Mar, soy un tío sexy, no un niño adorable.

—Pero aun así te ves adorable, mis ojos avellana. Y no me retractaré— digo entre risas, e inevitablemente él también sonríe de oreja a oreja.

—Ah, ¿no te retractaras?— me dice de forma desafiante, y yo niego—. Mala jugada, mi lucero hermoso.

Sin verlo venir, Adrián me toma entre sus brazos y en un movimiento ágil me sienta en su regazo, haciendo que me tenga que agarrar de sus hombros. Inesperadamente, suelto un chillido, ya que me ha tomado por sorpresa, y él no hace más que reír ante mi reacción.

—Aun, a tus veinticuatro años de edad, eres sumamente adorable para mí— lo sigo molestando, rozando mi nariz con la suya. Me gustaba hacer eso.

—Como tú digas, pero no vas a negar que también soy sumamente sexy, y tu último sueño conmigo te deja al descubierto— ahora él me molesta, ya que sabe muy bien que hablar sobre mis sueños cachondos nunca ha sido buena idea.

—Como tú digas— lo copio, y él me guiña un ojo—. Pero cambiando de tema, te quiero enseñar algo— me levanto de su regazo, para ir hacia el comedor.

—No es alcohol, ¿verdad? Porque ya vimos cómo actúas con tu amigo el whisky— alza la voz, bromeando.

Cojo mi libreta del comedor y vuelvo hacia Adrián. Creo que ya puedo revelarle otro de mis secretos.

Unos ojos avellana en un café diario ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora