Mar
Escuchar como el profesor dice 'eso es todo chavales, pueden retirarse' seguido por la campana de la universidad, es lo más relajante para mí. No es que deteste la escuela, obviamente la necesito si quiero salir adelante, pero cuando tienes un trabajo de casi ocho horas y después cinco horas más de escuela, te acostumbras a sentir alivio cuando sabes que puedes irte a casa.
Sin esperar más, comienzo a empacar mis libros en mi bolso, y me levanto de mi asiento para salir del aula con mis demás compañeros. La universidad a la cual asistía es una de las dos pequeñas universidades que existen en mi pueblo, la otra universidad queda entre la intersección del pueblo y la ciudad. Sin embargo, se me hacía más conveniente estudiar en esta, uno porque quedaba más cerca de mi casa a la hora de la salida, y dos porque esta universidad tenía el título que yo quería sacar más en específico.
Voy caminando por el pasillo iluminante, ya que ya son más de las diez de la noche, cuando de repente siento mi móvil vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón. ¿Quién será?
Al tener el móvil en mis manos veo el nombre de mi mamá aparecer en la pantalla.
Con intriga y a la vez confusión, ya que de mi mamá casi no recibo llamadas cuando estoy fuera de casa, cojo la llamada.
—¿Bueno?
—¿Hija? ... ¿Mar?— escucho la voz de mi mamá algo preocupada, y un poco agitada. ¿Le habrá dado otro ataque de tos?
—Aquí estoy mamá, ¿qué pasa? ¿Dónde está la señora Dalma?— le preguntó insistente, caminando con un paso cauteloso.
—La señora Dalma está aquí cariño, no te preocupes, yo le pedí que te llamara a tu móvil— me explica—. Mar... han llamado de la prisión en donde está tu papá.
En ese instante mi caminata se detiene, al igual que los pálpitos de mi corazón. Siento como mis manos se enfrían y comienzo a temblar. Mi papá, ¿qué ha pasado?
Desde la situación en la que se metió mi papá, cada vez que lo nombramos para mi es como si todo alrededor de mi se detuviese. La vulnerabilidad en mi despierta, al ponerme en los zapatos de él y pensar en cómo la estará pasando en ese infierno.
Comienzo por desear que lo que sea que le hayan dicho a mi mamá sean noticias buenas, y nada malo. Ya no puedo con tantas cosas malas que nos han dicho en tan pocos años.
—Hola, Mar— escucho una voz detrás de mí.
No giro, pero hasta después logro ver que solo era Victoria, una amiga y compañera de clases. No le contesto al instante porque estoy tan angustiada por saber que le ha pasado a papá, y decido enfocarme en la llamada de mi mamá.
—Dicen que de la nada ha comenzado a llorar desesperadamente, y que grita tu nombre, Mar.
—¿Cómo?— siento como mi vista se comienza a nublar, y como lágrimas se comienzan a formar en mis ojos.
—Me quedé preocupada cuando me dijeron eso, y los oficiales dicen que puede ser a causa de su desesperación al estar encerrado y no poder vernos tanto. Me recomendaron que fueras a visitar a tu padre, tal vez lograbas calmarlo y hacerlo entrar en razón. Yo estaba indecisa porque sabía que vendrías agotada del trabajo y la escuela, pero...
—Eso es lo de menos, mamá...—digo con mi voz entrecortada—. Mire, avise a los oficiales y dígales que estaré ahí en menos de media hora, y que le digan a mi papá... tal vez así logran calmarlo un poco.
—Está bien hija, pero ten cuidado. Las calles son peligrosas a esta hora, y tú lo sabes— me aconseja.
—Si no se preocupe, mejor tómese sus últimas pastillas del día. Yo estaré bien, mi seño Florencia— le digo, secándome las lágrimas que han sido valientes al decidir salir de mis ojos.
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Unos ojos avellana en un café diario ©
Genç KurguMar había vivido toda su vida escondida detrás de novelas románticas y poemas empalagosos. Se quedaba sin aliento recitando a Benedetti, y suspiraba incontrolablemente leyendo sobre las pasiones de Neruda. Su mundo giraba alrededor de fantasías y ve...