Mar
—¡Espero que no llegues tarde mañana, Sebastián!— exclama Eduardo mientras que Sebas y yo vamos buscando la salida de la cafetería.
—Ojalá tú llegaras tarde un día— murmura Sebas a mi lado, y yo esbozo una risa.
—¡Te escuché tío!— grita Eduardo, y yo rio aún más al ver como Sebas abre los ojos, asombrado.
—Vale, vale, dalo por hecho. ¡Nos vemos mañana!— Sebas gira su cabeza—, ... Desafortunadamente.
—Como sea, y la próxima vez asegúrate de hablar como una mosca, bajo y con rapidez. ¡La táctica es ofender sin ser descubierto!
—¡Lo tomaré en cuenta!
Escucho como la campanilla de la puerta suena al indicar que la hemos abierto, mientras que Sebas y yo salimos hacia la calle. Aún habían personas en las mesas disponibles afuera del local, riendo y charlando, acompañados del sol y de una pequeña brisa agradable.
Giro mi cabeza hacia la derecha, y frunzo el ceño al ver como Sebas se encuentra buscando no sé qué entre su mochila. Chasquea la lengua cuando la frustración se apodera de él al no poder encontrar lo que necesita entre sus pertenencias. ¿Se le perdió algo?
—¿Qué buscas?— le pregunto de una vez por todas.
—Un condón...— dice como si nada, y yo abro mis ojos asustada.
—¿Disculpa? Sebas...
—Es broma mi querida Mar, es broma, no te me alteres— ríe, aun escarbando entre las miles de cosas que ha de tener en su mochila.
Me recuerda a esas películas de comedia donde las personas sacaban una variedad de objetos de espacios pequeños y nunca terminaban de hacerlo. Pero, no se podía caber tanto en una mochila, ¿verdad?
Así estaba Sebas, seguía buscando y no encontraba nada, como si la mochila tuviese espacio ilimitado.
—Además, no sé por qué te asustas. Es evidente que viste miles de condones cuando le viste el amigo a Adri...
—¡Cállate!— lo detengo de inmediato, sintiendo como las mejillas se me calientan por el bochorno. No era el mejor momento para hablar de eso.
Si, fui tan estúpida que terminé por contarle a Sebas sobre mi primera vez con Adrián. Es mi mejor amigo, pero a veces se pasaba de la raya con sus comentarios. No sabían hasta cuanto podría llegar...
—Y mejor cambia de tema, que no me quiero arriesgar contigo— me sujeto del agarre de mi bolso.
—Me dueles, mi querida Mar— se pone una mano en el pecho, mientras intenta balancear su mochila sobre su muslo—. Pero te entiendo, no quieres hablar sobre Adrián porque lo estás evitando a toda costa, entonces respetaré tu decisión.
—No es eso— murmuro, intentando convencerlo y hasta convencerme a mí misma. Estoy perdida—. Pero lo que sea que estés buscando, espero que lo encuentres. Ahora, yo te dejo que mi autobús ya no tarda en llegar— miro el pequeño reloj en mi muñeca.
—¿No quieres que te lleve en mi coche? Llegas más rápido a casa— se da por vencido, y termina por cerrar con brusquedad la mochila.
—No, no hace falta. De hecho no voy a casa. Y mejor tú sigue buscando tus condones.
—¡Te dije que era una broma!
—No lo creo, ya que me habías dicho que tenías una cita ayer con otra de tus conquistas, de la cual aún no me quieres contar. Me imagino que perdiste tus condones ayer— me encojo de hombros, molestándolo.
ESTÁS LEYENDO
Unos ojos avellana en un café diario ©
Ficção AdolescenteMar había vivido toda su vida escondida detrás de novelas románticas y poemas empalagosos. Se quedaba sin aliento recitando a Benedetti, y suspiraba incontrolablemente leyendo sobre las pasiones de Neruda. Su mundo giraba alrededor de fantasías y ve...